domingo, 11 de noviembre de 2018

Luna

La vida se había convertido para Ramón en una pesada carga desde que Patricia lo había abandonado. Habían sido muchos años compartiendo todo, tomando decisiones de común acuerdo hasta para las cosas más nimias. Ahora, sin ella, no sabía cómo combinar la camisa con el pantalón o el jersey o qué corbata era la más adecuada con el traje o la chaqueta. Cómo estar seguro de que iba vestido correctamente. Tenía que comer en un restaurante porque no sabía cocinar, llevaba la ropa a la tintorería porque no sabía planchar. Eran minucias, lo sabía, pero eran esas minucias con las que Patricia sabía hacer que la vida fuera más fácil, más bella y agradable y que ahora se habían convertido en esos diminutos guijarros que, a pesar de su escaso tamaño, hacen doloroso caminar descalzo. Y así iba Ramón, sólo y descalzo por un camino lleno de pequeñas piedras y con el sol oculto tras la enorme y oscura nube que era la ausencia de Patricia.

domingo, 28 de octubre de 2018

María

De Asturias es difícil irse porque todo se confabula para que no lo hagas. Al clima suave, la buena comida, la gente amable, el paisaje espectacular se unen unas pésimas comunicaciones: una autopista muy cara, un tren del siglo XIX, unos billetes aéreos que sólo están al alcance de las economías más saneadas. Sólo los políticos dan ganas de dejarlo todo atrás, pero como los que hay en otras partes son iguales, si no peores, los asturianos terminan viéndolos como una molestia soportable. Son como los mosquitos en el verano o los días lluviosos del invierno, hay que convivir con eso.
Pero Ernesto había decidio dejarlo todo atrás. Hacía dos días que había dejado el trabajo, una frustrante actividad comercial en una empresa de maquinaria; diez que se lo había comunicado a sus amigos en la cena de los sábados y cinco desde que se lo comentó a su madre.

domingo, 21 de octubre de 2018

El plan

Era difícil encontrar una excusa mejor, el trabajo siempre le había servido para huir de su casa cuando la atmósfera se volvía demasiado asfixiante. Quién le pondría reparos a un hombre por dejarse la piel en  el trabajo procurando el mayor bienestar para su familia. Pero el problema era que su tolerancia era cada vez menor y con más frecuencia sentía la necesidad de escapar, de huir de lo cotidiano, de la vulgaridad, del llanto de los niños, del olor a comida, a colonia de bebé, a eucalipto— “es bueno para Elenita que tiene mucho catarro de nariz”—  y a la eterna coliflor con vinagre que formaba parte permanente de la permanente dieta de Elena, por más que él le insistiese en que estaba demasiado delgada, que a él no le gustaban las mujeres esqueleto.
A pesar de que alargaba la hora de salida de la oficina, nunca le parecía lo bastante tarde para llegar a casa, así que pronto adquirió el hábito de retrasar la llegada tomando una copa en un bar cerca de la oficina. El hábito aumentó la dosis a dos copas a los pocos meses y un buen día a aquella ceremonia se unió, sin que él lo pretendiera, Clara, la de contabilidad.

sábado, 13 de octubre de 2018

El museo

Estaba sentado en una de las salas ante un cuadro de gran formato del  que no tenía ni idea quien era el autor. Había entrado en el museo para recordar las tardes en las que iba con Alicia. Ella era una apasionada de los museos, sobre todo, los de pintura. Quitando los más famosos, decía, el resto están casi siempre vacíos y puedes disfrutar de las obras como si estuvieras en tu propia casa. Al principio intentó hacerme partícipe de su pasión explicándome técnicas, estilos, un montón  de cosas que yo trataba de absorber para estar más cerca de ella, para compartir con ella también esa parte de su vida que me resultaba tan ajena. Pero pronto me di por vencido. Déjame acompañarte en silencio, contemplarte mientras tú contemplas esas obras de arte, le decía. Y ella se acostumbró a que yo la siguiera en silencio, obediente, ajeno a lo que se exponía en aquellos recintos, disfrutando sólo y por completo de la belleza silenciosa de Alicia, cuyo rostro parecía transformarse con la contemplación de aquellas obras. Generalmente, su cara adquiría una luz especial, era como si se contagiara de la belleza que nos rodeaba, sin embargo en ocasiones su semblante mostraba una expresión adusta, de angustia, porque lo que estaba viendo le producía rechazo. Pero, generalmente, las tardes de museo eran tardes tranquilas, sedantes, que terminábamos, casi antes de que anocheciera, en la cama, haciendo el amor de una manera dulce y tranquila como sólo ella sabía hacerlo. Curiosamente, a ella solía gustarle el sexo explosivo, fuerte, justo al límite de la violencia, pero aquellas tardes no, aquellas tardes era como si hiciera el amor con una mujer diferente.

sábado, 6 de octubre de 2018

Una de esas noches

La rutina había ido construyendo las islas de la convivencia. Al principio la convivencia era un océano de aguas cálidas y transparentes, no había espacio para la intimidad, no la necesitábamos, al contrario, queríamos ser uno, compartirlo todo, ser autárquicos, valernos por y para nosotros. El mundo no existía sin nosotros dos, pero tampoco era posible sin uno de nosotros.
Sin embargo, la corriente del tiempo fue desgastando la superficie, primero, después fue produciendo algunas pequeñas oquedades que ya suponían un cierto deterioro, estético nada más, pero era el comienzo de un daño algo más profundo que amenazaba en alguna medida la estabilidad. Nada serio todavía, pero era conveniente tomar medidas si se quería evitar la ruina del edificio que creíamos tan sólido.
Más adelante se produjeron algunos desprendimientos y fue con esos cascotes con los que empezaron a formarse aquellas islas que, aunque pudiera parecer paradójico, parecían dar estabilidad al edificio. Era como sellar una parte de la bodega del barco que se había inundado y, ante la imposibilidad de tapar la vía de agua, se daba por perdida aquella parte y se aislaba del resto para mantener a flote la nave.
Y al principio funcionó. Era lógico nos decíamos, cada uno necesita su espacio en el que desarrollar su propia personalidad, su sensibilidad, cultivar sus gustos y aficiones.

sábado, 29 de septiembre de 2018

Casi

La casa estaba sola. Ya siempre estaba sola. Volver a casa cada día era como no volver a ninguna parte. Era la soledad completa. No se trataba de estar solo, sino de “ser” solo. En Javier la soledad era una condición, no un estado.
Hubo un tiempo que no había sido así. Fueron los años que transcurrieron desde que Marisa lo rescató de sí mismo y lo hizo llegar a ser, casi, una persona normal, afable, cariñoso, amante y amado. El amor por Marisa o el amor de Marisa o ambas cosas, lo transformó casi por completo. Casi. Esa palabra también formaba parte de su esencia. Javier era casi todo, pero no había terminado de llegar a ser nada.
Estuvo a punto de ser médico, pero tras años derrochando el tiempo y el escaso dinero de sus padres en la facultad de medicina, acabó por cambiarse a enfermería, ATS se decía entonces, y terminó por ser un médico frustrado que nunca llegó a ser un buen ATS.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Compañeros

No es lo mismo tener la intuición de que algo puede ir mal a tener la certeza de que algo ya está yendo mal. Y Pedro tenía la seguridad de que algo estaba yendo muy mal, aunque todavía no sabía qué era. Notaba las miradas de los compañeros de trabajo cuando sabían que él no podía verlos, cuando les daba la espalda, cuando iba al baño o a la máquina de café. Sentía en su nuca, en su espalda, las miradas disimuladas con la misma intensidad que si fueran dardos que le lanzaran con moderada fuerza, casi podía sentir el impacto cuando un nuevo par de ojos se posaban sobre él.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Vete

La había conocido una noche en la que el alcohol le hacía sentirse a él más ingenioso de lo que en realidad era y a ella más audaz de lo que aparentaba normalmente.
En su círculo de amigos, Esteban tenía fama de ser buena persona aunque un poquito soso. Es decir que sería la última persona que elegiría cualquiera de ellos para irse de fiesta. Y Eloísa tenía, entre sus amigas, fama de mosquita muerta. Que traducido a su lenguaje significaba que había que andarse con cuidado con ella porque las mataba callando.
Aquella noche el destino quiso que se encontraran cuando el alcohol estaba presente para ser el catalizador de una reacción inesperada.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Sin condiciones


Llegó a su casa, se quitó la chaqueta y la corbata y las colgó con cuidado en el respaldo de una silla. Sacó del frigorífico una buena cantidad de hielo, tomó una botella de güisqui y un vaso y salió a la terraza de su ático desde la que se divisaba una excelente vista de la bahía gijonesa. La tarde era inusualmente cálida aun para estar a principios del mes de junio y la mar estaba tranquila allí abajo, mojando perezosa los centímetros de arena seca por los que avanzaba de nuevo, con tesón incansable, dispuesta a recuperar lo que le habían arrebatado hacía ya muchos años, sin prisa, tenía todo el tiempo por delante.
Carlos miró hacia la ladera de la Providencia, hacia el lugar donde una vez creyó que se encontraba la casa de Daniela. Desde donde estaba él ahora era imposible ver nada, si acaso intuir más que ver el edificio. Por las noches, esperaba, absurdamente, descubrir alguna luz que le dijera que la casa estaba habitada, que ella volvía a estar allí, que había vuelto. Era una locura, lo sabía, pero le daba igual.

martes, 7 de agosto de 2018

Dudas

Encontró el papel cuando buscaba monedas en la cartera de Eva para sacar una Coca Cola de la máquina del chiringuito. Ella había ido al baño y dejó el bolso de playa sobre la silla. La hoja era del tamaño de una cuartilla, estaba doblada sin cuidado y escrita con la inconfundible letra de Eva. Javier la guardó en su propio bolso y no siguió buscando las monedas porque si ella lo veía hacerlo, cuando echase de menos la cuartilla, sabría que habría sido él quien la habría cogido. No sabía por qué le parecía que Eva no habría querido que él leyese el contenido de aquella hoja. ¡Qué tontería!, si ni siquiera sabía lo que decía. Abrió su bolso para sacar la cuartilla y dejarla de nuevo en el de Eva, pero, en ese momento, ella salió por la puerta del restaurante y él ya no tuvo tiempo de hacer nada sin quedar en evidencia.
— ¿Sacamos un refresco de la máquina?
— Sí, pero tienes que darme dinero, que no tengo nada suelto.
Eva rebuscó en su bolso, mientras Javier la observaba con atención, pero no vio ninguna señal de que ella hubiera echado en falta la hoja.

sábado, 21 de julio de 2018

Un hombre diferente

Allí estaba él haciendo un esfuerzo sobrehumano para no rodear la mesa, levantar suavemente su barbilla y beber las lágrimas de desconsuelo que bajaban lentas por sus mejillas hasta despeñarse, suicidas, sobre el pecho que se agitaba con sus sollozos.
Hacía dos meses que Lucía trabajaba en la oficina. Dos meses que Alberto estaba enamorado como un idiota de aquella chica tímida y preciosa que el departamento de recursos humanos había seleccionado para suplir la baja maternal de su secretaria.
Había tratado por todos los medios que no se le notara lo que sentía por aquella chica, pero dudaba haberlo conseguido, porque no podía evitar quedarse colgado de aquellos ojos llenos de alegría. Pero lo que sí se había impuesto y llevado a rajatabla fue mantener las distancias que tenía que haber entre jefe y empleada y que con ella, por razones obvias, aunque quizás ella lo interpretara equivocadamente, eran más lejanas que con cualquier otro empleado de la oficina.

sábado, 14 de julio de 2018

El secreto

El coche ascendía por la estrecha carretera llena de curvas en medio de la noche y de una lluvia persistente. La velocidad era poco prudente para aquella carretera y mucho más en aquellas condiciones, pero le acuciaba el deseo de llegar cuanto antes y su mente no pensaba en el peligro, sino que como un péndulo oscilaba entre dos únicos pensamientos: no encontrarse a nadie en la carretera, algo siempre improbable y más a aquellas horas, porque era demasiado estrecha para que pasaran dos coches a la vez; y llegar antes de que fuera demasiado tarde.

sábado, 7 de julio de 2018

El accidente

Marisa no podía evitar sentir la repulsión que le provocaba la cara de Luis. Era algo más fuerte que ella.
Después del accidente trató de sobreponerse, ayudarlo a no sentirse una especie de monstruo de feria y, al principio, casi lo consiguió. Fueron los algo más de dos años en los que, operación tras operación, el rostro de Luis fue pasando de ser algo deforme a una especie de caricatura. Una mezcla entre muñeco diabólico y emoticono burlón. Pero su resistencia se acabó la tarde en la que el cirujano plástico les anunció que el proceso había terminado. No era una cuestión de dinero o de que la Seguridad Social no cubriera el tratamiento durante más tiempo, no, era una cuestión técnica, por decirlo de alguna manera, les explicó; la piel y los músculos del rostro de Luis ya no admitían más manipulaciones; los tejidos habían llegado a su límite.
— Pero, algo habrá que se pueda hacer… — dijo Marisa con una ligera nota de horror en su voz.
—Me temo que no —respondió el médico con una pesadumbre estudiada, profesional y, por su puesto, fingida. Hacía muchos años que había aprendido a no sufrir por las desgracias de sus pacientes y menos por los temores de sus familiares.

sábado, 30 de junio de 2018

Por última vez

El sol se ocultaba detrás de las montañas que se veían desde la parte posterior de la casa. Gloria, de pie en el cenador que tanto le gustaba desde que era niña, al que iba a refugiarse cuando quería estar sola para llorar sus penas o disfrutar de sus logros, contemplaba aquel espectáculo que tanto le fascinaba desde que lo descubrió con apenas once años. Ella podía ver desde allí cómo la tierra quedaba en penumbra, a merced de las fuerzas que poblaban la oscuridad.

domingo, 24 de junio de 2018

Escarmiento

No le gustaba el bullicio de las cafeterías de la zona de oficinas al caer la tarde, cuando estaban llenas de trabajadores que trataban de evadirse de la rutina de su trabajo o de un mal día o querían celebrar un ascenso o una brillante operación. A Vicente todo eso le resultaba artificial, impostado. Sabía que tras todas aquellas risas se escondía el peso del trabajo que no se había logrado dejar detrás de la puerta del despacho o el temor de llegar a una casa donde esperaban los problemas que se habían ido agrandando con los años y que hacían del trabajo un refugio.
A Vicente no le gustaba aquel alborozo, las carcajadas, las palmadas en la espalda y los fuertes apretones de manos.

sábado, 16 de junio de 2018

El cumpleaños

Alzó la copa de vino para brindar por su treinta y cuatro cumpleaños. Nadie correspondió a su gesto porque Daniel se encontraba sólo en su apartamento; de alguna manera había que llamar a aquellas tres estancias, cocina, baño y dormitorio, que era todo lo que se podía permitir.
Apuró la copa de vino y, mientras se servía otra, hizo un repaso de lo conseguido en su vida hasta entonces. Unos estudios universitarios abandonados hacía muchos años, unos padres en una pequeña ciudad en el otro extremo del país, si es que seguían vivos, porque hacía más de diez años que no sabía nada de ellos; un hijo en algún lugar que tendría ahora cinco, no, siete, bueno, no sabía tampoco cuántos años tenía, ni siquiera como se llamaba.

sábado, 9 de junio de 2018

No quiero verte más

Hacía más de una hora que estaba sentado en aquella terraza, esperando o, mejor dicho, con la esperanza de ver de nuevo a Marta.
Marta. Sólo recordar su nombre le producía un dolor en el estómago que le subía por el pecho hasta casi ahogarlo.
Marta era la que le había enviado un mensaje de whatsapp hacía cuarenta minutos: “no quiero verte más”. Y fue como si el silbido que tenía como notificación para sus mensajes se hubiera convertido en un puño que le había golpeado en el estómago, en el cuello, en la cabeza y lo había dejado sin aire, sin respiración y casi sin vida.

sábado, 2 de junio de 2018

Reciente

La palabra piso era demasiado pretenciosa para aquel espacio al que hasta llamarlo apartamento parecía una exageración. Había despertado en él por primera vez y todo resultaba deprimente: la escasa luz que entraba por las ventanas, los muebles baratos y las paredes mal pintadas y con manchas. La chica de la agencia le había dicho que estaba recién pintado, pero estaba claro que recién encerraba para ella un significado diferente al que le daba el diccionario y abarcaba un periodo que seguramente podría remontarse a varios meses o incluso algún año atrás.
Bueno, era sólo una mentira más y Bruno suponía que a sus más de cincuenta años de una vida llena de mentiras era inevitable que éstas siguieran adornándola en cualquier circunstancia.

sábado, 26 de mayo de 2018

La casa

El polvo flotaba en los rayos de luz que se filtraban por las contraventanas cerradas. Los suelos, los muebles, todo parecía gris y sucio en aquella oscuridad tamizada por la escasa luz que se colaba por las ventanas. Cuando, durante estos años, imaginaba la casa, la veía limpia y luminosa, como había quedado grabada en su recuerdo; nunca se había planteado que durante quince años se habría ido acumulando el polvo y la suciedad se habría agarrado a los muebles, a los suelos y a las paredes hasta tomar en ellos carta de naturaleza. No lo había pensado y ahora se reía de sí mismo ante la sorpresa que le había causado aquel estado de abandono con el que no había contado.

sábado, 19 de mayo de 2018

El encuentro

Le gustaba pasear por el Muro a media tarde cuando el cielo estaba gris y, de cuando en cuando, se licuaba  en una lluvia fina y persistente que se confundía con la niebla y la bruma que llegaba del mar.
De pronto la vio, estaba reclinada sobre la barandilla mirando el mar que avanzaba en olas cada vez más audaces en su afán de conquistar la playa.
Se detuvo a contemplarla.


Hacía seis, no, siete años ya, que no la veía. Y no había podido olvidarla. Había sido en una cafetería muy cerca de donde se encontraban en aquel momento.
«Me voy de Gijón», le había dicho de pronto con el mismo tono que podría habría dicho que iba al baño o que al día siguiente iría al cine con una amiga. Él la miró en silencio, esperando que se explicara.
«Tengo una oportunidad profesional que no puedo dejar pasar, pero, sobre todo, no aguanto más Gijón y… — dudó un instante—  no te aguanto más a ti».

sábado, 12 de mayo de 2018

Elena

  • Si a aquellos aficionados no se les hubiera ocurrido robar en mi empresa mi vida habría seguido igual que hasta entonces. Pero aquella noche todo fue muy distinto.
    Las luces azules de los coches de policía y mis compañeros y otros trabajadores del polígono, arremolinados tras la cinta policial que impedía el paso, me alertaron de que algo ocurría cuando al dar la vuelta a la esquina enfoqué la calle en la que estaba el edificio en el que trabajaba desde hacía ocho años. Un compañero me dijo lo ocurrido y que esta noche no podríamos trabajar; me recomendó que fuera a hablar con el encargado para dejar constancia de que había acudido — «no vayan a querer joderte el salario de esta noche» — y que luego iríamos a tomar algo — «¡hay que aprovechar, la noche es joven!», dijo alegre como un niño al que acaban de decir que hoy no hay colegio —, por si quería unirme a ellos.
    Hablé con mi jefe y decidí regresar a casa. Había pocas noches en todo el año en las que pudiera dormir con Elena. Cuando yo llegaba a casa después del trabajo ella ya había salido para el suyo y la mayoría de los días nos veíamos sólo unas pocas horas, desde que ella regresaba del supermercado hasta que yo tenía que salir para ir a trabajar.

domingo, 6 de mayo de 2018

El violinista

Hoy no iba a ser un buen día. Las manos me dolían de frío y la plaza se veía bastante llena de gente, así que mis esperanzas de que la función de noche se terminara pronto para poder regresar a mi habitación se esfumaron al poco tiempo de empezar a tocar.
Mis manos estaban muy torpes por el frío y cometía errores que mis compañeros soportaban resignadamente, sabedores de que el frío me hacía sufrir más que a ellos, quizás porque yo provenía de un clima más cálido que el suyo o sencillamente porque era más sensible al frío. Sólo Vasili movía la cabeza de manera ostensible con cada uno de mis errores y eso alertaba al dueño del café que, de otro modo, no sería capaz de distinguir mis fallos.
Por eso yo odiaba a Vasili, porque dirigía hacia mi la furia de nuestro jefe para protegerse él de sus ataques, que se repetían casi cada noche. Sólo había algunas excepciones, cada vez, menos, en los excelentes días de verano en los que los clientes llenaban todas las mesas. El resto de los días todo eran reproches y amenazas. Porque habían tenido más clientes los otros cafés de la plaza, porque habían tenido menos pero habían consumido más, porque con lo que nos pagaba terminaría arruinado, porque el negocio ya apenas daba para pagar los gastos, porque… Porque en el fondo se divertía martirizándonos. Al menos eso era lo que yo creía.

domingo, 29 de abril de 2018

El abuelo

Cuando tenía ocho años padecí una enfermedad que me tuvo en cama, primero, y sin poder salir de casa, después, durante tres o cuatro meses. Durante ese tiempo, para que mis padres pudieran atender el pequeño negocio que regentaban, mi abuelo se convirtió desde la mañana hasta la noche de cada uno de aquellos largos y tediosos días en mi padre, mi madre, mi enfermera, mi maestro y mejor amigo.
Un buen día, seguramente muy al principio de mi enfermedad, él me contó una anécdota de cuando era joven y vivía en el pueblo. A mí me gustó mucho su historia y por eso, los siguientes días le pedí que me contara más, de él, del pueblo, de nuestra familia; y pronto aquello se convirtió en una costumbre. Mi abuelo era perro viejo, sabía lo que me gustaban aquellas historias y por eso las reservaba para el final de la tarde, siempre con la condición de que yo hubiera terminado las tareas y deberes que él me marcaba para que no me quedara descolgado de mis compañeros del colegio.
Su estrategia funcionó a la perfección. Yo me apuraba a terminar los deberes y a memorizar las lecciones para que mi abuelo tuviera tiempo suficiente para contarme aquellos capítulos de su vida que, enseguida, dado su carácter metódico y ordenado, se convirtieron en una narración ordenada cronológicamente.

sábado, 21 de abril de 2018

La bicicleta

Las tardes de los sábados eran las mejores. Acabados por la mañana los deberes del fin de semana, por la tarde mis padres me dejaban coger la bicicleta y yo, sin que ellos lo supieran, me alejaba hasta aquellas calles donde la ciudad comenzaba a perder sus aceras y sus calles asfaltadas para convertirse en una mezcla desordenada de edificios, solares llenos de escombros, edificios en construcción y terrenos baldíos. Yo pasaba con mi bicicleta de cromados relucientes, regalo estrella de los últimos Reyes Magos, y veía a los niños de mi edad seguirme con la mirada mientras asomaba a sus ojos algo que me parecía envidia. Yo me sentía orgulloso de mi bici nueva y, al tiempo, un poco desazonado porque algo en mi interior me decía que no estaba bien que yo azuzara la envidia en aquellos niños que quizás no habían sido tan buenos como yo para merecer una bicicleta y tendrían que esperar casi un año entero a ver si el próximo año su comportamiento y sus notas los hacían merecedores de un regalo como el mío.

domingo, 15 de abril de 2018

Pánico

María tenía la vista fija en el plato con la comida intacta y custodiado por los cubiertos que aún no había cogido. Esteban no podía ver sus manos unidas sobre su regazo porque las ocultaba la mesa que los separaba.
— ¿No comes? —le preguntó Esteban.
— No te quiero —le dijo ella sin mirarlo.
Esteban sonrió sin dar crédito a aquella palabras.
— Vamos, come, se te va a enfriar.
— No te quiero —repitió ella sin dejar de mirar el plato.
— Venga, María, como broma está empezando a dejar de tener gracia — dijo Estaban, ya con gesto serio.
— No te quiero —dijo por tercera vez.
— Quieres mirarme a la cara, por favor —la voz de Esteban denotaba el esfuerzo que estaba haciendo para controlarse.
María levantó la vista y fijó su mirada en los ojos de Esteban que la contemplaban llenos de reproche. El rostro del hombre se demudó, un escalofrío recorrió su espalda. Ella se levantó, recogió el bolso que colgaba del respaldo de la silla y se dirigió a la salida caminando lentamente. Esteban continuó sentado presa del pánico.

miércoles, 28 de marzo de 2018

La desconocida


Aquella mujer llevaba un buen rato hablando de personas que él no conocía. Repetía nombres que no le decían nada y le contaba que habían hecho esto y lo otro. Algunos debían de ser niños o jóvenes, porque ella le hablaba de sus estudios y de sus notas; otros, en cambio, debían de ser adultos porque ella le contaba sus problemas de trabajo, sus preparativos de boda, sus viajes…

Por qué aquella mujer que tanto se parecía a Luisa le decía todas esas cosas, parecía joven para estar en aquella casa donde todos eran viejos. ¿Estaría loca y por eso la habían encerrado allí?

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...