miércoles, 16 de diciembre de 2020

Cuento de Navidad

            Había terminado de preparar la mesa con todo lo necesario para la cena de Nochebuena. Se alejó para mirarla con un poco de perspectiva y le pareció que había quedado muy bien, aunque al ser nueve personas, la distribución asimétrica no favorecía la armonía del conjunto. La simetría era una de sus tantas manías.

Desde que su hijo pequeño se había divorciado de Clara, siempre eran un número impar; dos años después, el mayor de sus nietos había decidido llevar a su pareja, así que volverían a ser diez, pero, durante el verano, María había fallecido por causa de un cáncer traicionero y, gracias a Dios, veloz que se la llevó en tan sólo dos meses. Enrique quedó desolado y solo. Aquella Nochebuena sin María siguieron siendo impares, así que el conjunto era poco armónico y también sombrío por la ausencia de María.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Recuerdos

Había comenzado el último cuarto de su vida y cada día Elena daba vueltas a lo que había dejado atrás, lo poco que había dejado atrás. No tenía hijos, no se había casado, no había tenido novio; su vida se definía por lo que no había tenido. Nunca lo había echado de menos, bueno, nunca quizás no, pero nunca demasiado, eso seguro. Hasta ahora. Ahora le gustaría tener una buena colección de recuerdos de la que echar mano, en la que recrearse a falta de hijos o nietos en los que pensar o de los que preocuparse. Pero apenas había nada a sus espaldas.

Se había enamorado de un joven de su edad cuando estaba terminando los estudios universitarios, pero su amiga Luisa se adelantó y fue la primera en decirles a sus amigas que le gustaba Felipe, de modo que Elena tuvo que guardar sólo para ella la atracción que sentía por aquel joven un poquito soberbio, sabedor del efecto que provocaban en las mujeres su cuerpo bien musculado y su sonrisa perfecta de la que solía abusar.

Luisa no valía gran cosa, pero lo compensaba de sobra con una simpatía desenvuelta, unos esquemas morales muy avanzados para aquella época gris que acababa de enterrar al dictador pero que mantenía vivos casi todos los artilugios morales y prejuicios sociales del largo invierno que había seguido al final de la guerra civil; y también con un sonoro apellido ligado a una nada desdeñable fortuna. Como se decía ahora, Luisa jugaba en otra liga.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Amigos

Era una agradable tarde de otoño con un cielo de un intenso azul después de dos día de lluvia inclemente, todo era tan perfecto que Julio estaba convencido de que Luis no le traería más que malas noticias. Su amigó lo había llamado aquella misma mañana para decirle que estaba en Gijón y proponerle que se vieran esa tarde en la terraza del Café Dindurra.

Hacía más de cinco o seis años que no sabía nada de él, su relación se había enfriado mucho desde que abandonara Gijón doce o quizás quince años atrás y, desde entonces, se habían visto apenas tres o cuatro veces. Según lo estaba pensando se dio cuenta de lo poco que le importaba el que, en una parte tan remota de su vida que ya casi no estaba seguro de que fuera suya, había sido su mejor amigo; tantas incertidumbres en cuanto a los acontecimientos que recordaba con imprecisión sólo demostraban que apenas pensaba en él. Y si una persona te importa no puedes estar mucho tiempo sin recordarlo, se dijo a sí mismo.

Disfrutó del corto paseo desde su casa y cuando estaba a unos metros de la terraza descubrió a Luis. Bebía de una jarra de cerveza y vestía un impecable traje blanco que, por lo inusual en Gijón, habría llamado la atención en cualquier época del año y más ya habiendo dejado bien atrás el verano. A Luis siempre le había gustado llamar la atención, pensó Julio sin evitar sonreírse.

domingo, 9 de agosto de 2020

La taberna

 Era un error ir a aquel bar y más casi a media noche. Nunca había estado por aquella zona de la ciudad, pero sabía bien que no era un sitio al que la prudencia aconsejara acudir ni de día ni de noche. Sin embargo, la llamada de aquel antiguo compañero de carrera lo alarmó y lo intrigó, quizás más lo primero que lo segundo.

—¿Pedro? —preguntó una voz cuando descolgó el teléfono

—Sí, ¿quién eres?

—Soy Vicente… Tu compañero de la facultad…

—Vaya, Vicente, cuanto tiempo…

—No puedo entretenerme ahora —lo interrumpió su interlocutor—, necesito verte sin falta. Te espero a las 11 en el bar “La Taberna”, está en la calle Maravillas, es un calle muy corta, no tendrás problema para localizarlo, además tiene un rótulo muy llamativo.

—Pero… —no dijo más porque la llamada ya se había cortado.

Así que llevado por la curiosidad, allí estaba al comienzo de la calle Maravillas, que en realidad era un corto y estrecho callejón sin salida de apenas cien metros de largo y que estaba iluminado por un única farola, de las tres que existieron en su día, a juzgar por los restos de los mástiles que seguían colgando de las fachadas, y por un rótulo de neón de dimensiones incongruentes con la estrechez de la calle en el que se veía la silueta de una mujer apoyada contra una copa de cóctel, la cual ocupaba el lugar de la letra T del nombre de local, que estaba escrito en vertical.

El rótulo dejó claro a Pedro la clase de transacciones que tenían lugar allí dentro y de alguna manera eso lo tranquilizó: cuando hay una actividad mercantil, el dueño del negocio suele procurar que los clientes salgan de él con vida, para no verse expuesto a desagradables complicaciones con la ley y también, por qué no, con la esperanza de que sigan acudiendo a dejar su dinero.

Al tiempo que empujaba la puerta, inspiró profundamente como retrasando el momento inevitable de respirar el aire viciado del interior, al tiempo que se reprochaba no haber dejado en casa la cartera y las tarjetas de crédito. Pero ya era tarde para arrepentirse, la puerta se había abierto de par en par con su leve empujón y la inercia le hizo meter de lleno los dos pies en aquel antro débilmente iluminado y poblado por algunas sombras pegadas a las paredes y que eran difíciles de distinguir en aquella semioscuridad.

—Si quisiéramos ventilar el local tendríamos la puerta abierta —dijo una voz nada amistosa desde algún lugar que Pedro no supo identificar.

—Sí, sí, perdón —murmuró, al tiempo que cerraba la puerta.

—No hagas caso, Pedro, mis clientes son muy bromistas —le gritó desde detrás de la barra un hombre al que no lograba ver el rostro, pues lo iluminaba a contraluz la estantería llena de botellas que tenía a su espalda—. Vamos, hombre, acércate.

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...