domingo, 29 de abril de 2018

El abuelo

Cuando tenía ocho años padecí una enfermedad que me tuvo en cama, primero, y sin poder salir de casa, después, durante tres o cuatro meses. Durante ese tiempo, para que mis padres pudieran atender el pequeño negocio que regentaban, mi abuelo se convirtió desde la mañana hasta la noche de cada uno de aquellos largos y tediosos días en mi padre, mi madre, mi enfermera, mi maestro y mejor amigo.
Un buen día, seguramente muy al principio de mi enfermedad, él me contó una anécdota de cuando era joven y vivía en el pueblo. A mí me gustó mucho su historia y por eso, los siguientes días le pedí que me contara más, de él, del pueblo, de nuestra familia; y pronto aquello se convirtió en una costumbre. Mi abuelo era perro viejo, sabía lo que me gustaban aquellas historias y por eso las reservaba para el final de la tarde, siempre con la condición de que yo hubiera terminado las tareas y deberes que él me marcaba para que no me quedara descolgado de mis compañeros del colegio.
Su estrategia funcionó a la perfección. Yo me apuraba a terminar los deberes y a memorizar las lecciones para que mi abuelo tuviera tiempo suficiente para contarme aquellos capítulos de su vida que, enseguida, dado su carácter metódico y ordenado, se convirtieron en una narración ordenada cronológicamente.

sábado, 21 de abril de 2018

La bicicleta

Las tardes de los sábados eran las mejores. Acabados por la mañana los deberes del fin de semana, por la tarde mis padres me dejaban coger la bicicleta y yo, sin que ellos lo supieran, me alejaba hasta aquellas calles donde la ciudad comenzaba a perder sus aceras y sus calles asfaltadas para convertirse en una mezcla desordenada de edificios, solares llenos de escombros, edificios en construcción y terrenos baldíos. Yo pasaba con mi bicicleta de cromados relucientes, regalo estrella de los últimos Reyes Magos, y veía a los niños de mi edad seguirme con la mirada mientras asomaba a sus ojos algo que me parecía envidia. Yo me sentía orgulloso de mi bici nueva y, al tiempo, un poco desazonado porque algo en mi interior me decía que no estaba bien que yo azuzara la envidia en aquellos niños que quizás no habían sido tan buenos como yo para merecer una bicicleta y tendrían que esperar casi un año entero a ver si el próximo año su comportamiento y sus notas los hacían merecedores de un regalo como el mío.

domingo, 15 de abril de 2018

Pánico

María tenía la vista fija en el plato con la comida intacta y custodiado por los cubiertos que aún no había cogido. Esteban no podía ver sus manos unidas sobre su regazo porque las ocultaba la mesa que los separaba.
— ¿No comes? —le preguntó Esteban.
— No te quiero —le dijo ella sin mirarlo.
Esteban sonrió sin dar crédito a aquella palabras.
— Vamos, come, se te va a enfriar.
— No te quiero —repitió ella sin dejar de mirar el plato.
— Venga, María, como broma está empezando a dejar de tener gracia — dijo Estaban, ya con gesto serio.
— No te quiero —dijo por tercera vez.
— Quieres mirarme a la cara, por favor —la voz de Esteban denotaba el esfuerzo que estaba haciendo para controlarse.
María levantó la vista y fijó su mirada en los ojos de Esteban que la contemplaban llenos de reproche. El rostro del hombre se demudó, un escalofrío recorrió su espalda. Ella se levantó, recogió el bolso que colgaba del respaldo de la silla y se dirigió a la salida caminando lentamente. Esteban continuó sentado presa del pánico.

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...