sábado, 19 de mayo de 2018

El encuentro

Le gustaba pasear por el Muro a media tarde cuando el cielo estaba gris y, de cuando en cuando, se licuaba  en una lluvia fina y persistente que se confundía con la niebla y la bruma que llegaba del mar.
De pronto la vio, estaba reclinada sobre la barandilla mirando el mar que avanzaba en olas cada vez más audaces en su afán de conquistar la playa.
Se detuvo a contemplarla.


Hacía seis, no, siete años ya, que no la veía. Y no había podido olvidarla. Había sido en una cafetería muy cerca de donde se encontraban en aquel momento.
«Me voy de Gijón», le había dicho de pronto con el mismo tono que podría habría dicho que iba al baño o que al día siguiente iría al cine con una amiga. Él la miró en silencio, esperando que se explicara.
«Tengo una oportunidad profesional que no puedo dejar pasar, pero, sobre todo, no aguanto más Gijón y… — dudó un instante—  no te aguanto más a ti».
Javier se quedó allí sentado sin saber qué decir, viéndola levantarse y salir de la cafetería.
Así había terminado una relación de cuatro años y se habían ido al traste todos los preparativos para la boda prevista para apenas tres meses más tarde.


No había vuelto a verla, ni a hablar con ella. Al principio lo intentó, pero su familia tenía instrucciones de no decirle donde estaba y no quiso facilitarle ninguna forma de contacto. Así que no la olvidó, pero se acostumbró a vivir con aquella ausencia en su interior. Y ahora, de pronto, allí estaba Carmen.
La mujer se dio la vuelta. Lo vio, sonrió y se acercó unos pasos. Él avanzó también un poco hacía ella, todavía mudo por la sorpresa.
—  Javier —dijo ella con una sonrisa.
— Carmen —dijo él, y añadió—: no estaba seguro de que fueras tú.
— Han pasado muchos años.
— Siete… casi ocho.
— ¿Me guardas rencor?
— No podría
Él la miraba embelesado. «Dios, que guapa estaba». Mientras buscaba algo que decir.
— ¿Estará muchos días en Gijón? —dijo al fin.
— Espero que sí —dijo ella —, en realidad, ya llevo aquí casi dos meses. Me apetecía volver, me ha surgido un buen trabajo y me he decidido.
Dos niños llegaron correteando hasta enredarse en las piernas de ella. Tendrían dos o tres años y la niña era la viva imagen de Carmen.
— Portaos bien — les dijo Carmen, por decir algo, porque los niños ya se habían alejado de nuevo corriendo.
Javier la miraba sin saber qué decir, sin atreverse a preguntar porque no quería que ella le confirmara sus sospechas.
— Son agotadores —dijo ella —, pero verlos también te llenan de energía y vitalidad.
— Los niños, ya se sabe... —dijo él, sintiéndose estúpido nada más decirlo.
De pronto los niños salieron gritando: «¡mami, mami!», en dirección a otra mujer que se acercaba hacia ellos. Javier sintió un gran alivio al ver que no eran hijos de Carmen. Ésta le hizo un gesto a la otra mujer para que se acercara y cuando estuvo a su lado le dio un rápido beso en los labios.
— Julia, éste es Javier.
— Hola, Javier — dijo Julia mientras se adelantaba para darle dos besos —, Carmen me ha hablado de ti en alguna ocasión.
— Encantado.
— Tenemos que irnos —dijo Carmen—. A ver si nos vemos algún día.
—  Sí, claro —dijo Javier —, tenemos que quedar.

Las dos mujeres se alejaron cogidas por la cintura mientras los niños jugaban corriendo a su alrededor.

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