Tengo que verte
Aquellas tres palabras y el nombre de la remitente, Penélope, vinieron a poner patas arriba el mundo que había ido construyendo pieza a pieza durante los tres últimos años. Los años que siguieron a los cuatro terribles años después de la desaparición, ¿huida, fuga, deserción, retirada?, no sabía muy bien qué palabra encajaba mejor con la salida repentina y precipitada de Penélope de su vida.
Todo estaba preparado para su boda, habían encargado el banquete, reservada la fecha y la hora en la iglesia —Penélope se había empeñado en que se casaran por la Iglesia y a él no le importaba el rito por el que iban a comprometerse a vivir juntos el resto de sus vidas— y enviadas las invitaciones a sus amigos y familiares más cercanos con los que querían compartir ese día.