Cuando aquella mañana salió de su casa para aprovechar el esquivo sol de otoño que se dejaba ver por primera vez desde hacía varios días, no podía imaginar la sorpresa que lo aguardaba. Sentado en un banco del parque, con la mirada perdida y el aspecto de que la suerte le había dado la espalda hacía mucho tiempo, estaba Jaime, el compañero del colegio envidiado por todos: sabía conquistar a las mujeres, era un buen deportista, su cuerpo agradecía el ejercicio, era inteligente, buen estudiante y a nadie sorprendió que el éxito en su profesión fuera rápido y fulgurante.
Hacía varios años que nadie sabía nada de él. Había dejado de acudir a las cenas anuales de su promoción del colegio y sus cuentas en las redes sociales estaban sin actualizar también desde entonces.
Y, de pronto, allí estaba. Julio lo observaba desde unos pocos metros, dudando si acercarse y, por fin, lo hizo.