viernes, 22 de marzo de 2024

Obituario

 

Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había duda de cuál era la noticia, pero aún así clicó en el enlace y leyó en diagonal: prócer, hombre de empresa, ciudadano de pro, solidario, benefactor…Si le publicaran la carta que tenía en su cabeza sobre ese hombre los lectores tendrían una idea más exacta de él y, desde luego, no aparecería ninguna de esas palabras.

¿Cuántos años hacía que no se veían? Toda una vida. Esa vida que  Eladio había seguido disfrutando como si fuera algo que se mereciera y nadie pudiera discutirle, mientras él había tenido que poner tierra y mar de por medio por si acaso su amigo decidía jugársela. 

Había sido un juego entre pillos, un juego en el que él creyó que, por una vez, tenía mejores cartas y por primera vez podría vengarse de tantas humillaciones como había sufrido desde que coincidieran en el colegio, él como alumno de caridad y Eladio como privilegiado alumno poseedor de uno de los mejores apellidos de la provincia y, quizás, del país. 

Por qué Eladio acudió a él en aquel ya lejano mes de octubre no era ningún misterio, sus andanzas aparecían en las páginas de los periódicos, al principio, locales, más tarde su carrera delictiva alcanzó más dimensión y también los periódicos nacionales llegaron a dedicarle algún espacio. Y como siempre en su vida, también el azar quiso en esta ocasión que su salida de la cárcel y la necesidad de Eladio de solucionar un problema económico que había llevado a su empresa al borde del abismo, coincidieran oportunamente. 

Cuando se vieron por primera vez después de los años de colegio, en los que su relación había alcanzado valores negativos porque él sabía muy bien que la cercanía a Eladio y su sufrimiento eran directamente proporcionales, Eladio hizo alarde de conocer todos los detalles de su azarosa vida, incluidos algunos episodios que no eran del dominio público y cuya pormenorizada descripción no tenía otro objeto que hacerle ver que tenía muy buenos contactos en los lugares precisos.

Aún así, la propuesta de Eladio le convenía, porque le prometía una sustanciosa suma con escaso riesgo y él enseguida previó la manera de aumentar el importe de la factura, además de tenerlo sometido a su capricho para toda la vida. El precio, además del trabajo que debía realizar, suponía vivir fuera del país, en cualquier lugar a dónde no llegaran la influencia ni los contactos de Eladio, pero, valía la pena, resolvería su vida para siempre y dejaría de dar tumbos entrando y saliendo de la cárcel como los últimos quince años. Y a él le daba igual vivir en un país u otro, lo importante era disponer de los medios para vivir bien donde quiera que fuese.

Todo terminó saliendo mal. El artefacto que colocó para incendiar el almacén de productos inflamables de la fábrica de Eladio se activó varias horas más tarde y la fatalidad quiso que coincidiera con la visita de los alumnos de un colegio de la ciudad. Dos jóvenes muertos y más de una decena con quemaduras, algunas muy severas, supuso una tragedia que se unió a la pérdida completa de la fábrica y de casi mil puestos de trabajo, la mayoría de los cuales no llegarían a recuperarse aunque se hicieran realidad las promesas de la familia propietaria de reconstruir la fábrica con toda la celeridad posible.

Eladio y él se vieron dos semanas después en el aeropuerto de París. El dinero prometido estaba ya a su disposición en una cuenta numerada en un paraíso fiscal, pero aún así lo convenció para tener aquella reunión.

Buscaron un lugar en el que poder hablar sin interrupciones ni oídos indiscretos y, una vez sentados, Eladio lo dejó hablar y él lo hizo a placer durante casi un cuarto de hora. Quince minutos en los que fue envolviendo a su presa con circunloquios y sobreentendidos, en los que disfrutó viéndolo confiado y tranquilo, ignorante de que estaba a punto de asestarle un golpe duro y definitivo. 

Pero tampoco eso salió bien. Cuando creyó llegado el momento de disparar su bala de plata, Eladio levantó una mano a la altura de su cara y le pidió por favor que se callara un momento.

— Por favor, para ya — le dijo con ligero tono de hastío.

Ante su cara de sorpresa, debida a que pensaba que Eladio no había entendido nada de lo que había estado diciendo hasta ese momento, continuó.

— Sé que grabaste todo lo que hablamos. Sé que lo tienes todo en tu móvil, perdón, tengo que ser un poco más preciso, sé que lo tenías todo en tu móvil.

Él frunció el ceño y no pudo evitar que su rostro reflejara la confusión que sentía. Miró su teléfono móvil. No se había separado de él en ningún momento desde que había empezado a grabar sus conversaciones con Eladio.

— Te estarás preguntando qué ha pasado. ¿Recuerdas aquel mensaje que te envié, con un enlace que no llevaba a ningún sitio?

— Exacto, amigo

Si no hubieran estado rodeados de gente le habría aplastado su cara y borrado para siempre aquella sonrisa de superioridad que tan bien conocía y que lo hacía sentirse como un gusano al que estaban a punto de aplastar.

— Toda tu vida has sido un pardillo — se puso en pie y ya mirándolo desde arriba, añadió— : yo he cumplido con mi parte a pesar del desastre que causaste y que nunca se debió producir, pero te aconsejo que no trates de hacer nada contra mí, porque te costaría muy caro. Tengo bien guardadas unas imágenes en las que se te ve entrando en la fábrica la noche antes del incendio. La policía las recibiría con gran alborozo.

Se puso el abrigo por los hombros, cogió su pequeña maleta y antes de alejarse aún añadió:

— Hazme caso y hazte un favor: desaparece… para siempre.


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