De Asturias es difícil irse porque todo se confabula para que no lo hagas. Al clima suave, la buena comida, la gente amable, el paisaje espectacular se unen unas pésimas comunicaciones: una autopista muy cara, un tren del siglo XIX, unos billetes aéreos que sólo están al alcance de las economías más saneadas. Sólo los políticos dan ganas de dejarlo todo atrás, pero como los que hay en otras partes son iguales, si no peores, los asturianos terminan viéndolos como una molestia soportable. Son como los mosquitos en el verano o los días lluviosos del invierno, hay que convivir con eso.
Pero Ernesto había decidio dejarlo todo atrás. Hacía dos días que había dejado el trabajo, una frustrante actividad comercial en una empresa de maquinaria; diez que se lo había comunicado a sus amigos en la cena de los sábados y cinco desde que se lo comentó a su madre.