Terminó de limpiar el cuchillo asegurándose de que no quedara ningún rastro de sangre y lo dejó de nuevo en el cajón de los cubiertos.
-¿Has terminado,cariño?-oyó la voz de su mujer.
Retorció con rabia el paño de cocina con el que se estaba secando las manos, lo arrojó a un rincón, abrió el cajón de los cubiertos, cogió con furia el cuchillo que acababa de dejar en el cajón y se dirigió de nuevo al piso de arriba. Sus hombros parecían hundidos por una pesada e invisible carga.
<<¿Cuántas veces tendría que hacerlo para dejar de oír aquella maldita voz?>>, se iba preguntando.