miércoles, 3 de noviembre de 2010

El último día

Hoy era su último día. En unas pocas horas vencería el plazo que le habían dado un año atrás.
No estaba impaciente, sino triste; por momentos desesperanzado, pero la mayor parte del tiempo animado por la esperanza de que ella viniera a verlo. Era menor el temor o el deseo de continuar como hasta ahora que la pena que le causaba su ausencia prolongada, quizás, definitiva.
La mañana avanzaba gris, lluviosa y desapacible, pero ello no impedía que la gente fuera llegando, lentamente, al principio, y en pequeñas y constantes oleadas, después.
La tumba estaba en una esquina del cementerio en una zona un poco elevada que le permitía ver con facilidad la entrada y las personas que se acercaban hasta allí.
Contempló la lápida sucia y sin adornos. En la losa de mármol, que un día fue blanco, sólo quedaban las manchas que habían dejado las últimas flores barridas por el viento hacía ya mucho tiempo.
Más triste que una losa desnuda lo es una manchada con los rastros del olvido.
La tarde se precipitó casi de repente en una noche sin lluvia y con un viento helado que arrastraba sin clemencia las flores que habían adornado por unas horas los recuerdos, la tristeza o la costumbre.
Él miró su tumba por última vez antes de desaparecer para siempre en el olvido.

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