sábado, 16 de octubre de 2010

Calles

Si no hubiese sido por él, Elena quizás no habría salido a flote, pero tuvo la suerte de encontrarlo y su vida cambió radicalmente. En la caja del supermercado se le iban las horas pensando, soñando, planeando el resto de su vida al lado de Iván. Su sonrisa despistada y su cara de ensoñación permanente había conquistado a la mayoría de las clientes, aunque alguna se quejaba de que era demasiado sosa, quizás porque no prestaba atención a sus cotilleos.

En la oficina pronto se dieron cuenta de la transformación que se produjo en Iván. Siempre se había comportado de manera correcta y educada, siempre estaba dispuesto a echar una mano a sus compañeros; y ahora seguía haciéndolo, pero su felicidad, su alegría, le excedía sin remedio y contagiaba a cualquiera que estuviese a menos de tres metros.

A la vuelta del viaje de novios, cenando en su casa, Iván le explicó su teoría de las calles. Sus padres llegaron del pueblo con lo puesto buscando una oportunidad en un Gijón en pleno desarrollo industrial, y la casualidad les llevó a vivir a la calle del Buen Suceso. Ellos reconocían que todo les había salido a pedir de boca. Tras varios años  de trabajar duro consiguieron ahorrar lo suficiente para poder dar la entrada de un piso y de nuevo el azar quiso que lo comprasen en la calle del Progreso, donde seguían viviendo en la actualidad. Y al decir de sus padres, las cosas les fueron aún mejor. Elena y él vivían en la calle de la Suerte, y esto sólo podía significar que serían muy aventurados en su matrimonio.

¿Qué te parece?, le preguntó. Ella le sonrió y esquivó la mirada franca y vehemente de Iván para que no viese la sombra de temor que asomaba a sus ojos.

Casi seis meses después, Iván llegó una tarde y se sorprendió de encontrarla en casa a aquella hora, después se fijó en sus ojos rojos de haber llorado mucho y ahora ya secos, sin lágrimas. “¿Que te ocurre?”. Elena le tendió la citación judicial que tenía arrugada en una mano, y ante su mirada interrogante le recordó su teoría de las calles: “ya sabes que yo vivía en la calle del Arroyo”.

Desconcertado por la resumida historia que Elena le hizo de su vida antes de conocerle y dando tumbos como un boxeador noqueado salió del piso. Tres días más tarde, Elena, al regresar de su trabajo, encontró varias cajas apiladas en la entrada; al costado de una de ellas había un sobre con su nombre: “Necesito algún tiempo para pensar en nosotros. Cuando me haya aclarado te llamaré. Ya ves qué casualidades, estoy en casa de un compañero de trabajo que vive en la calle de la Luz”.

Una última lágrima rodó por la mejilla de Elena. Tachó el nombre del sobre y escribió el suyo, después lo dejó pegado a la caja tal como lo había encontrado, dentro estaba la misma hoja, en la que debajo de la firma de Iván había añadido con mano serena: “Cuando te hayas aclarado, no vuelvas, voy a buscar una casa en la calle del Olvido”.

2 comentarios:

  1. Que bonito juego el de las calles, en Buenaventura Colombia hay una que se llama como la canción: "sal si puedes"

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  2. Me alegro de que te haya gustado.
    Abrazos.

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