jueves, 24 de septiembre de 2020

Amigos

Era una agradable tarde de otoño con un cielo de un intenso azul después de dos día de lluvia inclemente, todo era tan perfecto que Julio estaba convencido de que Luis no le traería más que malas noticias. Su amigó lo había llamado aquella misma mañana para decirle que estaba en Gijón y proponerle que se vieran esa tarde en la terraza del Café Dindurra.

Hacía más de cinco o seis años que no sabía nada de él, su relación se había enfriado mucho desde que abandonara Gijón doce o quizás quince años atrás y, desde entonces, se habían visto apenas tres o cuatro veces. Según lo estaba pensando se dio cuenta de lo poco que le importaba el que, en una parte tan remota de su vida que ya casi no estaba seguro de que fuera suya, había sido su mejor amigo; tantas incertidumbres en cuanto a los acontecimientos que recordaba con imprecisión sólo demostraban que apenas pensaba en él. Y si una persona te importa no puedes estar mucho tiempo sin recordarlo, se dijo a sí mismo.

Disfrutó del corto paseo desde su casa y cuando estaba a unos metros de la terraza descubrió a Luis. Bebía de una jarra de cerveza y vestía un impecable traje blanco que, por lo inusual en Gijón, habría llamado la atención en cualquier época del año y más ya habiendo dejado bien atrás el verano. A Luis siempre le había gustado llamar la atención, pensó Julio sin evitar sonreírse.

Cuando llegó hasta la mesa, Luis se levantó y los dos amigos se abrazaron afectuosamente.

—Estás genial —le dijo Luis

—Tampoco tú puedes quejarte —le respondió Julio. Aunque no era sincero, la cara de su amigo mostraba los estragos del tiempo, vivido quizás demasiado aprisa.

—Mientes muy mal, amigo.

—Venga, no te quejes.

—No, si no me quejo, pero me veo en los espejos —y se rió, quizás más ruidosamente de lo correcto.

Seguramente habría dado igual que Julio hubiese hecho esa pregunta que se hace sin esperar una respuesta exhaustiva, ¿qué tal te van las cosas?, pero en el caso de Luis fue como si hubiesen dado la señal de salida para que empezara a contar con todo detalle los últimos tres años de su vida. Tres años en los que parecía haber convocado todas las desgracias: se había quedado sin trabajo, después había enfermado —el estrés, le dijeron—, cuando salió del hospital su mujer le anunció que lo dejaba y sus hijos, ya en edad de abandonar el nido, huyeron como de la peste de aquella familia que se había venido abajo y que amenazaba con dejarlos también a ellos sepultados bajo sus escombros.

Julio no sabía qué decir, ni siquiera estaba seguro de que estuviera dando a su cara la expresión que merecía todo aquel cúmulo de desastres, que su amigo narraba como si le estuviera comentando el último documental que había visto en la televisión.

—Pues vaya, no sabes cómo siento todo eso. La verdad es que la vida cuando se lo propone es muy cabrona.

Sí que lo es, pero, como el tiempo aquí, después de dos días de lluvia, ya ves que tarde nos ha regalado hoy. Y algo así me ha pasado a mí. En mi vida no estuvo lloviendo dos días, sino tres años enteros. Tres años en los que te juro —quién decía te juro hoy en día, no pudo evitar pensar Julio— que en más de una ocasión estuve a punto de acabar con todo.

...

Sí, Julito, sí.

Había vuelto a hacerlo, lo había llamado Julito, como cuando eran jóvenes y se burlaba de él, con aquella entonación que siempre lo sacaba de quicio, que le hizo pensar de inmediato que se tenía merecido todo lo que le había pasado; por cretino.

Claro que pensé en quitarme de en medio —continuaba Luis como si hablara de otra persona y no de su propia vida.

Julio había dejado de escuchar con atención. Se había perdido en recuerdos del pasado, cuando su amigo parecía que se comería el mundo y no le importaba hacerle sentir un poco estúpido con sus salidas de tono, con sus tonterías de niño malcriado que se había convertido en un joven caprichoso que parecía convencido de que viviría siempre de las rentas, a pesar de que su familia hacía años que había dejado atrás los buenos tiempos. Luis vivía ajeno a todo, sin preocuparse de sus estudios, ni de preparar un futuro, para él el futuro era lo que iba a ocurrir en las siguientes dos horas, en el día siguiente o, como muy tarde, en el próximo fin de semana. Y Julio descubrió que todavía albergaba un poco del rencor que le había nacido en aquellos años en los que su admiración por Luis impedía que llegara a odiarlo.

Perdido en esos pensamientos y escuchando apenas a su amigo, no supo precisar en qué momento de la conversación Luis había pronunciado el nombre de Carolina. Prestó atención a lo que le estaba contando su amigo para saber de q le estaba hablando, por qué había surgido de pronto en la conversación aquel nombre.

Carolina había sido el gran amor de Julio. Se conocían desde casi antes de nacer, porque sus padres ya eran amigos, fueron al mismo colegio, pertenecían al mismo grupo de amigos y Julio no podía recordar un sólo día de su vida en el que no hubiera estado enamorado de Carolina. Hasta que tuvieron dieciocho años, Julio se limitaba a quererla en silencio y a sufrir cuando la veía tener con otros un trato más íntimo del que él entendía que correspondía a una simple amistad, temiendo que se enamorara de alguien que no fuera él.

A los dieciocho años ocurrió el milagro. Era Nochevieja. Tras la cena en familia, Julio pasó a recoger a Carolina por su casa para después reunirse con sus amigos e ir todos juntos de fiesta.

Se abrió el portal y Julio quedó fascinado cuando vio a Carolina radiante enmarcada a contraluz. Cómo podía ser tan preciosa, se dijo. Tomó la mano que ella había tendido hacia él y sintió cómo lo atraía hacia ella y lo hacía entrar en el portal. Ya dentro, se colgó de su cuello y le dijo:

—Voy a cumplir mi primer deseo para este nuevo año —y sin darle tiempo a preguntar, lo besó.

Tras el beso y todavía colgada de él, añadió:

—Mi segundo deseo para este año es que me digas por fin que me quieres.

A partir de ese día, fueron planeando lo que serían sus vidas durante los próximos quince años, fueron previendo todo: cuándo terminarían sus carreras, cuándo se casarían, dónde vivirían, cuántos hijos tendrían… Pero Dios se divierte viendo a los hombres hacer planes y apenas tres años después de aquella Nochevieja memorable, la empresa en la que trabajaba el padre de Carolina quebró. Hacía ya varios años que Asturias estaba en declive y el trabajo escaseaba, así que a los pocos meses tuvieron que mudarse a Barcelona donde el padre de Carolina encontró el puesto que estaba buscando.

La distancia y el tiempo hicieron su trabajo a conciencia y Carolina y Julio no volvieron a verse. Pero desde que se habían despedido, Julio no estaba seguro de que hubiese habido algún día en el que no la hubiera recordado.

Lo que Julio sentía ahora en su estómago era una mano que lo estrujaba por dentro desde que había entendido que Luis le estaba diciendo que había rehecho su vida al lado de Carolina.

Ya sabes cómo son esas cosas, Julio —le dijo—-, cuando piensas que todo está perdido, que estás dentro de un túnel del que no ves la salida, aparece una persona maravillosa a la que no ves desde hace siglos y te lleva en volandas a una nueva vida.

Dejó de hablar, miró a su amigo con una media sonrisa muy propia de él, mientras Julio contenía a duras penas las ganas que tenía de estrellarle en mitad de la cara su jarra de cerveza para borrarle del rostro aquella estúpida expresión.

—Ahora que recuerdo —continuó—, Carolina y tú fuisteis algo novios, ¿no?

Algo novios. Eso había dicho Luis con aquella sonrisa estúpida dibujada en su cara. Algo novios.

Pasaron apenas otros diez minutos antes de que Luis dijera que debía irse. Julio había estado aguantando el tipo como pudo ante la charla insustancial de quien había sido su amigo. Sí lo había sido, porque sabía que el cariño que pudo tenerle acababa de ser vencido definitivamente por el rencor recién transformado en odio, porque estaba seguro de que Luis había querido verlo con el único fin de decirle que ahora era él quien estaba con Carolina, con la que sabía que era la mujer de su vida y que él redujo a aquella burla: algo novios. Para eso había querido verlo, para decirle que él y Carolina no habían estado profunda e irremediablemente enamorados, sino que lo suyo había sido algo sin apenas importancia. Había querido verlo para destrozar para siempre su ilusión. Para que todos los días a partir de hoy recordara a Carolina como la pareja de Luis y no como el amor de su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...