Cuando murió, sus compañeros de trabajo fueron al tanatorio. No había familiares, ni amigos. Nadie había enviado coronas, ni ramos de flores. El ataúd estaba cerrado tras los cristales que lo separaban de la sala desierta.
Un hombre mayor, delgado y de baja estatura, se acercó lentamente, entró en la sala y pidió a un empleado que abriera la tapa de ataúd.
Varias personas se acercaron hasta él, pensando que podría tratarse de algún familiar del difunto. Él movió la cabeza de un lado a otro, se encogió de hombros y se dio media vuelta. Todavía dentro de la sala dijo con voz lo bastante alta como para que pudieran oírle los que estaba a su lado:
- Nunca le había visto tan afectuoso.
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Supongo que cada uno recolecta lo que va en vida va sembrando. Aun así no deja de ser penoso que una persona muera sola y sin nadie que le llore.
ResponderEliminarLo más penoso es vivir sólo, morir, al fin y al cabo, es un instante. Pero sí, José Vte. ha de ser muy triste, sobre todo por lo que eso indica de falta de empatía con los que te rodean.
ResponderEliminarSaludos.