martes, 13 de septiembre de 2011

Conjuro

Llegó llorando desconsoladamente: se había caído y enseñaba a su madre las rodillas intactas, sólo algo manchadas de tierra.

  • Me duele – decía entre sollozos.


Su madre lo sentó en su regazo, le sopló en las rodillas y le dijo:

  • Sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana.


Después, con un pañuelo le secó las lágrimas y le limpio la cara.

  • ¿Verdad que ya no te duele? - le preguntó.


El niño la miró a los ojos sonriendo y negó con la cabeza.

  • ¿Puedo ir a jugar?


 ***


Todavía no había ido a su casa, donde le esperaban su mujer y su hijo de pocos meses. No había encontrado fuerzas para darle la noticia: de nuevo estaba sin empleo; otra vez las apreturas, el buscarse la vida para llevar algo dinero a casa.


Pasó antes por la casa de su madre. Ésta, nada más verlo, comprendió que algo grave ocurría. Le hizo sentarse a la mesa y le preparó un café mientras él se lo contaba.


Después se sentó a su lado y, mientras le acariciaba lentamente la cabeza y se tragaba las lágrimas que se empeñaban en asomar a sus ojos, se repetía en silencio: “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”.


5 comentarios:

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  2. Hay muchos dolores que sólo una madre es capaz de mitigar, el refugio de su regazo es siempre un bálsamo reconfortante y sabio. Ojala que éste dolor también se le pase.

    Un abrazo

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  3. Los padres querríamos ser siempre capaces de aliviar cualquier dolor de nuestros hijos. Pero , claro, eso no es posible; así que, en ocasiones, sólo podemos sufrir junto a ellos.
    Saludos.

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  4. Como la madre no hay ninguna... Solo con que te acaricie parece que te alivia el alma...

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  5. Es una pena que los padres dejemos tan pronto de ser "omnipotentes" para nuestros hijos.
    Gracias por comentar, Ricardo.

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