- Me duele – decía entre sollozos.
Su madre lo sentó en su regazo, le sopló en las rodillas y le dijo:
- Sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana.
Después, con un pañuelo le secó las lágrimas y le limpio la cara.
- ¿Verdad que ya no te duele? - le preguntó.
El niño la miró a los ojos sonriendo y negó con la cabeza.
- ¿Puedo ir a jugar?
***
Todavía no había ido a su casa, donde le esperaban su mujer y su hijo de pocos meses. No había encontrado fuerzas para darle la noticia: de nuevo estaba sin empleo; otra vez las apreturas, el buscarse la vida para llevar algo dinero a casa.
Pasó antes por la casa de su madre. Ésta, nada más verlo, comprendió que algo grave ocurría. Le hizo sentarse a la mesa y le preparó un café mientras él se lo contaba.
Después se sentó a su lado y, mientras le acariciaba lentamente la cabeza y se tragaba las lágrimas que se empeñaban en asomar a sus ojos, se repetía en silencio: “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”.
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ResponderEliminarValora en Bitacoras.com: Llegó llorando desconsoladamente: se había caído y enseñaba a su madre las rodillas intactas, sólo algo manchadas de tierra. Me duele – decía entre sollozos. Su madre lo sentó en su regazo, le sopló en las rodillas y le dijo:.....
Hay muchos dolores que sólo una madre es capaz de mitigar, el refugio de su regazo es siempre un bálsamo reconfortante y sabio. Ojala que éste dolor también se le pase.
ResponderEliminarUn abrazo
Los padres querríamos ser siempre capaces de aliviar cualquier dolor de nuestros hijos. Pero , claro, eso no es posible; así que, en ocasiones, sólo podemos sufrir junto a ellos.
ResponderEliminarSaludos.
Como la madre no hay ninguna... Solo con que te acaricie parece que te alivia el alma...
ResponderEliminarEs una pena que los padres dejemos tan pronto de ser "omnipotentes" para nuestros hijos.
ResponderEliminarGracias por comentar, Ricardo.