domingo, 20 de julio de 2014

La graduación

Sus padres le pusieron el nombre como una declaración de intenciones y Víctor escuchó, desde sus primeras horas de vida, mezclados con los arrullos, las esperanzas que tenían depositadas en él. Sería un triunfador: iría a la universidad y saldría de aquel barrio pobre, gris y lleno de mugre en el que ellos se habían criado y se veían obligados a vivir por no haber tenido unos padres que hubieran podido, ni sabido, darles una oportunidad para prosperar.
Luisa y Julio coincidían en su odio por el ambiente tosco y feo que los rodeaba y los dos se evadían de su destino viendo películas que los transportaban a otras vidas que nunca podrían vivir pero que soñaban para su hijo.
Desde muy pequeño, Víctor sufría sus pequeños fracasos infantiles no por lo que suponían para él, sino por el dolor que le causaban a sus padres. Siempre había sentido sobre sí la losa de la responsabilidad que habían cargado a sus espaldas: ser brillante en los estudios, el mejor, el que destacara por encima de todos sus compañeros.
Creció marginado por los chicos de su edad. Sin que él mismo supiera cómo, su comportamiento siempre desentonó de los demás chiquillos y las burlas de éstos y su propia incomodidad lo fueron aislando, mientras sus padres veían orgullosos cómo se mantenía alejado de la mala influencia de los niños del barrio.
Encerrado para estudiar durante el curso y leyendo incansable durante las vacaciones, Víctor siempre tuvo una madurez impropia de su edad. Vivía a través de las películas, que devoraba con la misma avidez que sus padres, y las novelas que le permitían viajar fuera de la atmósfera asfixiante de su hogar.
La universidad le dio la oportunidad de conocer a otras personas, otro mundo. Hizo amigos, comenzó a salir y divertirse, pero sin que ello le impidiese seguir siendo un estudiante brillante y superar los cursos sin dificultad.
Por fin finalizó los estudios. Sus padres estaban orgullosos, veían culminada la labor de su vida. En unos meses se celebraría la ceremonia de graduación y su hijo recibiría el premio al mejor expediente académico. Tenía varias ofertas de trabajo, una de ellas en la propia universidad para un proyecto de investigación. No podían esperar nada mejor.
Llegó el gran día. Los padres de Víctor no comprendieron por qué su hijo no había querido ir con ellos a la facultad, pero la alegría del momento no les permitió hacerse demasiadas preguntas.
Ya en el aula magna su hijo los saludó de lejos, con un gesto ambiguo, apenas esbozado. Ellos, cohibidos, se sentaron entre los demás padres a los que veían conversar con sus hijos, saludar a los amigos de éstos y a otros padres, pero ellos no conocían a nadie.
El acto académico fue largo y pesado y ellos pudieron ver cómo los demás padres también se movían impacientes e incómodos en sus asientos. Cuando por fin finalizó todo, salieron al exterior, su hijo les hizo un gesto vago con la mano mientras charlaba con otros compañeros y saludaba a otros padres. La felicidad de Luisa y Julio había comenzado a empañarse con la deliberada falta de atención de su hijo. Sin saber qué hacer, se mantuvieron en una zona alejada de los corros de padres y alumnos que charlaban animadamente, contemplando aquel mundo que parecía vetado para ellos.
Desde allí, vieron cómo Víctor se marchaba con sus amigos sin acercarse ellos, sin tan siquiera mirarles.
Fue la última vez que lo vieron.

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