sábado, 7 de enero de 2012

Noche de Reyes

Salió a la calle una hora antes de que comenzara la Cabalgata de Reyes. Le gustaba ver las calles llenas de gente, los padres y abuelos con los niños, oír retazos de las conversaciones.

- Tienes que portarte bien…

- Debes gritar fuerte para que te oigan…

- Eso no lo has puesto en la carta…

En los niños aumentaba la ansiedad y la impaciencia y en los padres crecía la ilusión que creían haber perdido.

Dio un largo paseo empapándose del ambiente mágico de ese día y luego regresó lentamente a la esquina en la que solía ver la Cabalgata en los últimos años.

Se quedó apartado, pegado a los edificios, no quería molestar; ese día los niños tenían preferencia absoluta.

El griterío aumentaba a medida que los tambores y la música se acercaban y se hicieron ensordecedores cuando los Reyes llegaron a su altura.

- ¡Grita fuerte, hijo! ¡Gaspaaaar!

- ¡Me ha mirado! mamá, ¡me ha mirado!

Las caras arrobadas de los niños le hicieron recordar los años en los que él iba con sus hijos o, algo más reciente, con sus nietos.

Apartó con la mano los recuerdos que habían nublado ligeramente sus ojos y siguió observando aquel heterogéneo desfile: soldados, pastores, músicos, personas ataviadas con los trajes regionales… Cuanto más disparatado resultaba el conjunto más efecto parecía tener en los niños que contemplaban todo como propio de la noche mágica que les habían prometido.

Cuando hubo terminado, se quedó un tiempo viendo cómo la gente se dispersaba en todas direcciones. Después, emprendió lentamente el camino a su casa.

Se detuvo en una confitería y poniendo en peligro su economía mensual y su salud compró el roscón de reyes más pequeño que tenían. Lo de la salud no tenía mucho arreglo, pero la economía la parchearía alargando ese roscón para el desayuno de toda la semana.

Ya en su casa, le alivió del frío reinante la entrañable atmósfera creada por las luces del árbol de Navidad que, a pesar de su temor a un cortocircuito y al próximo recibo de la luz, había dejado encendido para no encontrar el piso tan vacío.

Calentó un vaso de leche en el microondas y le añadió un poco de cacao que apenas tiñó el líquido. Cortó dos dedos de roscón y después de rebañar la crema que quedó en el cuchillo lo fue comiendo muy lentamente, saboreando cada pequeño bocado.

Cuando hubo terminado, se quitó los zapatos y los limpió muy cuidadosamente, como siempre, cuando niño, le decía su madre antes de ponerlos bajo el árbol. Ella le decía que debían estar muy brillantes, pero los suyos ahora hacía ya mucho tiempo que habían perdido el brillo para siempre.

Fue hasta el salón y los colocó bajo el árbol. Después dejó una jarra de agua y un poco de azúcar para los camellos y el roscón, por si a los Reyes les apetecía comer un poco; aunque rezó para que no lo hicieran, porque le dejarían sin desayuno durante varios días.

Apagó el árbol y salió del salón cerrando la puerta tras él. Esa noche no vería la televisión, tenía que dormirse pronto para que vinieran los Reyes Magos.

5 comentarios:

  1. Información Bitacoras.com...

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  2. Nunca hay que perder la ilusión... Nunca.
    Muy entrañable tu cuento. Ojalá los Reyes le dejen muchos regalos, al menos para comer. ¡¡¡FELIZ AÑO, Avelino!!!

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  3. Cuando ya no se tiene casi nada es difícil conservar la ilusión, pero, si se consigue, la vida se ve de otra manera.
    A ver si este 2012 que nos presentan tan negro logramos conservar la ilusión, no nos van a dejar mucho más.
    Feliz Año para ti también, Ricardo.

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  4. Ebude, decirte que me has emocionado con este cuento. Todos tenemos derecho a mantener un poco de ilusión. ¿Y porque los Reyes Magos no se iban a acordar de él?, de tantos que nunca pierden la ilusión.

    Feliz año y un abrazo

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  5. Hola, José Vte. Estoy seguro de que los Reyes Magos visitaron su casa esa noche y le dejaron un buen cargamento de ilusión.
    Y recuerda que los Reyes Magos visitan a los niños la noche de Reyes, pero que siguen viviendo durante todo el año y cualquier noche pueden dejarte un regalo. Yo así lo espero.
    Saludos.

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