domingo, 13 de abril de 2014

Había vuelto a ocurrir

Refugiado bajo la marquesina de la parada del autobús, con las manos en los bolsillo y el cuello del anorak subido hasta las orejas, trataba de protegerse del frío que le llegaba hasta los huesos o que salía de ellos, porque hacía muchos años que se le había metido dentro y no era capaz de quitárselo de encima ni siquiera en los días más calurosos del verano.
Todo empezó en uno de aquellos años en los que la crisis fue arrasando con todo. Lucas, al principio, la veía lejana, como algo que solo le sucedía a los demás. Después empezó a notar cómo se acercaba: cayeron vecinos, amigos; más tarde le llegó el turno a algunos compañeros de trabajo y, finalmente, cuando creía que el peligro había pasado, recibió la carta que le comunicaba el despido por causas estructurales, que era la manera en la que su empresa le pegaba la patada y le ponía en la calle con una indemnización ridícula después de veinte años de trabajo y con cincuenta años a sus espaldas que lo condenaban para siempre al paro y a la miseria.
Con el paro y la escasez de dinero los problemas de su matrimonio salieron a la luz adquiriendo una dimensión que él nunca había imaginado. El desprecio que vio en los ojos de su mujer le demostraron de la manera más diáfana y cruel el fracaso en que se había convertido su vida.
Sus dos hijos no quisieron saber nada de él. Junto a su madre no vivirían con los lujos que habían disfrutado hasta entonces, pero no les iba a faltar de nada. Con él, en cambio, no tendrían ninguna garantía.
Habían pasado tres años desde entonces y su vida, que había caído en picado al principio, había seguido deslizándose lentamente cuesta abajo.
La vio acercarse apresuradamente, al principio, más lentamente, cuando se percató de su presencia. Cuando llegó a su altura le preguntó:
--¿Falta mucho para que llegue el autobús?
Lucas vio sus labios moverse y detenerse dibujando, nerviosos, una sonrisa, pero no fue capaz de entender lo que habían dicho.
La chica repitió la pregunta visiblemente nerviosa mientras empezaba a planear la manera de alejarse de allí sin demostrar que le daba miedo aquel hombre que la observaba fijamente sin dar muestras de entender lo que le estaba preguntando.
Lucas notó cómo se despertaban en él la furia que precedía a la tragedia. Se levantó sin dejar de observar los labios de la chica, por lo que no pudo ver el miedo asomando a sus ojos.
La boca se abrió y al poco rato su lengua asomó entre ellos, incongruente, como si tuviera vida propia. Entonces miró sus ojos y vio que estaban muy abiertos y se movían enloquecidos. Después se detuvieron mirándolo asombrados, pero notó que algo se había escapado de ellos.
Sintió las manos doloridas, los dedos agarrotados. Aflojó la presión que estaban ejerciendo y al tiempo que sus brazos se desplomaban exangües a lo largo del cuerpo, el rostro de la chica desaparecía de su vista, su cabeza golpeaba el suelo con un ruido sordo y su cuerpo desmadejado descansaba en la acera como una enorme muñeca de trapo abandonada de cualquier manera.
Alzó la vista, el leve resplandor de la aurora asomaba a lo lejos por encima de los tejados. Notó de nuevo el frío en los huesos. Se alzó los cuellos del anorak y comenzó a caminar lentamente.
Había vuelto a ocurrir.

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