lunes, 30 de abril de 2012

Sueños rotos

Siempre quiso vivir cumpliendo las leyes, las normas. Fue lo que aprendió en el colegio, en su familia. Las normas permitían la convivencia. Cuando no había leyes se imponían los más fuertes y oprimían y explotaban a los más débiles.
La democracia, cuánto había admirado a los países democráticos en su juventud, cuando en el suyo no la había, era el sistema político que consagraba la igualdad de derechos y obligaciones, la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades.
Y conoció la democracia y vivió en democracia y creyó en la libertad y en la igualdad y en el imperio de la ley. Fueron años hermosos, florecientes como su propia vida.
Se casó, tuvo hijos y creía que había conseguido su sueño: tener una familia normal, en un país normal, con una vida normal. Creyó que había logrado su meta: tener un buen trabajo con el que sacar a su hijos adelante, pagar un piso modesto en un barrio modesto, ni muy bueno, ni muy malo, pero algo alejado de aquél en el que había nacido y crecido sintiéndose siempre un poco extraño, como si estuviera allí por accidente.
El sueño se desvaneció un día cualquiera de un mes cualquiera de un año cualquiera, cuando le llamaron a la oficina de su empresa y le dijeron que no volviera al día siguiente, que ya no tenían trabajo para él.
Ese día cualquiera también descubrió que su empresa no había pagado las cotizaciones de la Seguridad Social y que no cobraría el paro.
Primero fue la vergüenza de no poder seguir pagando las clases particulares de los niños o las excursiones del colegio. Después la humillación de pedir prestado a familiares y amigos.
Su matrimonio no pudo aguantar la presión y se derrumbó de una manera tan inexplicable y absurda como si un día la Luna se precipitara sobre la Tierra.
El banco se encargó de arrasar los escombros expulsándolo de su casa, una casa en la que sólo quedaba él: su esposa se había ido con los niños a vivir con sus padres y los muebles y todo lo que tenía algún valor se había convertido en miserables raciones de subsistencia.
Cubierto con cartones el cuerpo y anulado el cerebro con cualquier bebida que tuviera alcohol, se protegía del frío de la noche y del sueño.
El sueño era lo peor, porque cuando se dormía soñaba que todo había sido una pesadilla.

4 comentarios:

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  2. Fernando Martínez4 de mayo de 2012, 12:27

    Hola. hoy estoy dando paseos para ver que hay por la blogosfera sobre el microrrelato.
    Soy ilustrador, y desde hace unos meses estoy escribiendo microrrelatos y los publico en el mismo blog.
    Si te apetece puedes pasar a leer y mirar: http://espiralesdetinta.blogspot.com.es/

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  3. Arturo Fraga Salazar11 de mayo de 2012, 22:05

    Y así fue, así pasó, tan rápido que ni te enteras. Claro que como el Gobierno seguía diciendo que no había crisis, que en España no había crisis durante años, pues pasó lo que tuvo que pasar, que luego fue tan abismal que no tiene cura ni salida.
    Cuántos habrá de esos por las calles y que solo se relacionan con personas cuando van a comer y cenar en los comedores sociales.
    Un abrazo.

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  4. La cruda realidad descrita fríamente. Lo peor de todo es que no es algo extraordinario sino que cada vez ocurre mas frecuentemente y nos llegara a parecer normal. Muy triste.

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