sábado, 31 de diciembre de 2011
martes, 27 de diciembre de 2011
Sin memoria
Sigue este enlace en el que puedes leer éste y todos los micros que ya han colaborado en esta iniciativa.
sábado, 24 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Llaman a la puerta
Después se fijó mejor y vio que a su lado estaba una mujer que parecía embarazada.
Dos golpes más, pero ella seguía agazapada en el interior esperando que se dieran por vencidos.
De pronto descubrió que uno de ellos, no pudo saber si el hombre o la mujer, había metido un papel por debajo de la puerta. Esperó el siguiente relámpago y comprobó que ya se habían ido. Tomó el papel, lo desdobló y comprobó que estaba en blanco.
El rayo cayó sobre la casa cuando la mujer todavía tenía el papel en la mano y trataba en vano de comprender su significado.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Un Paseo desgraciadamente Inolvidable, de Mari Ángeles Gallego García
lunes, 12 de diciembre de 2011
Escena del crimen, de Ana Vidal
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Y se fue, de Anselmo Ruiz
En el enlace anterior puedes ver éste y todos los relatos que han colaborado en esta iniciativa.
jueves, 24 de noviembre de 2011
La sorpresa, de Isabel Lebais
martes, 22 de noviembre de 2011
Poder, de Arturo Fraga Salazar
lunes, 21 de noviembre de 2011
Kit-Kat, de Ricardo Corazón de León
Ya sabes que puedes encontrar todos los relatos de esta iniciativa en la página de este mismo blog a la que puedes llegar desde el menú superior o pinchando el enlace de este mismo post.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Sin pistas, de María José Cádiz
jueves, 17 de noviembre de 2011
Tirando a dar, de Lindastar
En esta ocasión es Lindastar quien ha enviado un relato en el que combina acertadamente la ternura, la violencia y la locura. Pero, bueno, es mucho mejor leerlo.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Desprecio
Cuando su mujer se levantó media hora más tarde, lo encontró yaciendo sin vida a la puerta del baño.
sábado, 5 de noviembre de 2011
Catarsis
La tiza que escribe en mí
Daños irreparables
Estoy seguro de que este relato habría terminado por salir a la luz y para mí es un orgullo que lo haya hecho impulsado por mi humilde iniciativa.
Gracias, Àngles, por compartirlo con nosotros.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Sonido hiriente
Entre rosales
Ese extraño destiempo en la mirada
jueves, 3 de noviembre de 2011
La bufanda
Vuelta al cole
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Desconsolado
Chuso Tiza y Guille Cuchillo.
martes, 1 de noviembre de 2011
La tiza de Samuel Zimmermann
"La tiza de Samuel Zimmermann" es el primer microrrelato que he recibido, por cortesía de Alberto Martínez Caliani, para colaborar en "Con un trozo de tiza y un cuchillo". Puedes leerlo aquí al lado en la página del mismo título. No te lo pierdas, de verdad vale la pena.
lunes, 31 de octubre de 2011
Con un trozo de tiza y un cuchillo
En esta ocasión la propuesta es que enviéis un microrrelato por correo electrónico con las siguientes características:
a) extensión no superior a 500 palabras. Creo que es una extensión razonable para un micro, pero que nadie deje de enviarlo ni se vea obligado a mutilarlo si excede ese tamaño, por favor, tenemos espacio.
b) debe contener las palabras "tiza" y "cuchillo"
c) la dirección de envío: blog@ebude.es
d) el correo debe configurarse de la siguiente manera:
Asunto: Con un trozo de tiza y un cuchillo
Cuerpo del mensaje: iniciarlo con el título del microrrelato y a continuación el texto del mismo. La última línea debe ser el nombre que debe figurar como autor.
Según vaya recibiendo los micros los iré poniendo aquí al lado, en la página que lleva el título de esta propuesta "Con un trozo de tiza y un cuchillo". También procuraré responder al correo del que lo he recibido informando cuando esté "colgado".
Sólo me queda animaros a escribir y a que difundáis esta iniciativa entre aquellos que creáis que pueden estar interesados en colaborar.
martes, 18 de octubre de 2011
Confianza
La llamada lo había trastornado. Nunca pensó que sentiría los celos que ahora mismo le estaban volviendo loco, hasta el punto de que se creía capaz de cometer cualquier barbaridad.
Por fin se decidió a entrar. El silencio que invadía la casa le confirmó la veracidad de lo que le había dicho el anónimo comunicante.
Subió a la habitación, abrió la puerta violentamente y encontró la estancia vacía y a obscuras.
- ¡Juan! ¿eres tú? - oyó a su mujer preguntar desde el piso inferior.
Se sintió como una cucaracha. Una llamada de un desconocido contándole una patraña había derribado la confianza en su mujer acumulada durante veinte años de matrimonio.
Se calmó, dibujó una sonrisa forzada en su cara y se dispuso a bajar.
En ese momento, alguien le dio un fuerte empujón y rodó escaleras abajo.
- ¿Crees que estará muerto? - dijo el hombre.
- No podemos arriesgarnos, ¡hazlo! - ordenó ella, sin un temblor en la voz.
Cuando oyó el chasquido del cuello de su marido al romperse, no pudo evitar que una extraña sonrisa iluminara su rostro.
El hombre, al verla, supo lo que era el miedo.
domingo, 9 de octubre de 2011
Novios
Él llegó con más de diez minutos de antelación porque temía no poder resistir la mirada de ella mientras se acercaba.
Cuando la vio aparecer a lo lejos se quedó extasiado contemplándola. “Dios mío, por fin voy a estar a solas con ella”.
Ella llegó resuelta y superando la torpeza de él le dio un beso en cada mejilla, divertida ante su azoramiento.
Se sentaron en el banco uno al lado del otro. Ella le miraba con una expresión tierna, pero con un punto de burla pícara asomada a sus hermosos ojos verdes.
-Tengo sólo media hora, dijo ella, he tenido que decir que necesitaba fotocopiar unos apuntes para Marta.
-Yo también tengo que volver pronto, mis padres no quieren que salgan entre semana.
-Entonces, sólo podremos vernos los fines de semana – dijo ella, con un mohín de contrariedad.
-Sí – dijo él, apesadumbrado – sólo los fines de semana. No sé si podré estar tanto tiempo sin verte – y se sonrojó por lo audaz de su comentario.
-Alguna tarde podremos escaparnos, como hoy, aunque sea para vernos cinco minutos.
-Sí, tendremos que hacerlo – dijo él decidido y lamentando no tener tres o cuatro años más. Estaba seguro de que con quince años sus padres le dejarían salir entre semana... y es posible que hasta tener novia.
martes, 4 de octubre de 2011
Sin tiempo que perder
La luz del sol se había ocultado tras las montañas más altas a su espalda y el pueblo se llenaba de obscuridad, sin que las escasas luces de las farolas, ni las tímidas que se escapaban por algunas ventanas, lograran disiparla.
Siempre sentía la misma extraña melancolía antes de entrar en acción. Imaginaba brevemente las vidas de las personas que habitaban aquellas casas: la joven que soñaba con poder escapar del pueblo que le pesaba como una losa, la esposa ya madura que había emprendido una aventura absurda con un jovencillo del pueblo vecino, el hombre joven que luchaba por sacar a su familia adelante, la mezquindad del vecino que se iba quedando poco a poco con todo lo que de valor había en aquel pueblo...
Un ligero temblor agitó la tierra. Salió de su ensimismamiento y emprendió el camino, deprisa, ladera abajo. Esa noche iba a tener mucho trabajo en aquel pueblo, así que no había tiempo que perder.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Amores rotos
Habían pasado cinco años en los que él esperaba discretamente a que saliera de su casa. Iba a los lugares dónde sabía que podría encontrarla. La contemplaba arrobado siempre que tenía ocasión... Y la llamaba por teléfono. Incansablemente. Cuando era ella la que descolgaba, su emoción era tan fuerte que le impedía hablar; entones ella, invariablemente, decía “estúpido” y colgaba el auricular mostrando su furia. Si descolgaba otra persona siempre se mostraban enojados y le pedían que no volviera a llamar o le amenazaban con denunciarlo a la policía.
Pero un día, ella descolgó y esperó paciente a que él hablara.
- Quiero verte - acertó a decirle.
- Está bien, ¿dónde y cuándo? - le respondió ella con aplomo.
- …
- ¿Dónde estás? - preguntó ella impaciente.
- Estoy frente a tu casa.
- Bajo ahora mismo - y colgó.
Apenas se había repuesto de la sorpresa, cuando la vio delante del portal. Se acercó a ella y la vio, por primera vez, sonreirle.
- ¿Qué quieres? - le preguntó desafiante.
- A ti - le respondió con un punto de brusquedad en la voz.
- Ven - le dijo ella tomándolo firmemente de la mano.
Caminó tras ella sin saber que estaba sucediendo, sólo sentía su corazón a punto de estallar. Buscaba las palabras que pensaba decirle y que tantas veces había repetido en diálogos imaginarios.
Siempre guiados por ella, entraron en un portal, subieron al primer piso. La escalera olía a comida y humedad. Con unas llaves que él no había visto, abrió una de las puertas del rellano y entró. Él lo hizo tras ella, pero se paró nada más atravesar el umbral, repelido por un fuerte olor a orines y excrementos de gato..
- ¿Qué te pasa? - dijo ella - ¡vamos! - le apremió entrando en una de las habitaciones.
Él la siguió renuente porque algo le decía que aquello no estaba siendo como el siempre había esperado.
Cuando entró en la habitación la vio medio desnuda.
- ¿Qué haces? - dijo él con una voz que no era la suya.
- ¿No es esto lo que quieres?
- Yo estoy enamorado de ti.
Ella se puso de nuevo la ropa y se dirigió a la salida. Al pasar a su lado le escupió a la cara:
- Eres patético.
No volvió a verla
Nadie volvió a verla.
martes, 20 de septiembre de 2011
Amigos
- ¿Estás seguro? - preguntó incrédulo.
Hacia más de treinta años que habían dejado de hablarse. Ya ni siquiera podía acordarse del motivo, pero había sido a una edad en la que es difícil arrepentirse, pedir perdón, reconocer que quizás no tienes toda la razón. A partir de ahí siguieron viviendo cada uno por su lado. Se veían a menudo porque sus casas no distaban más de doscientos metros. Sabían el uno del otro por amigos comunes. Pero no volvieron a recuperar su amistad.
No perdió el tiempo. Tardó apenas media hora en llegar al hospital. Estaba en la cama, con los ojos cerrados y respirando con dificultad. Pero, nada más atravesar la puerta, supo que ya había llegado.
- Sólo estaba esperando a despedirme de ti – dijo en susurro.
- Ya estoy aquí – logró decir él con la voz estrangulada por el nudo que le oprimía la garganta.
Unos brazos suaves, pero firmes, le apartaron de la cama, mientras un agudo pitido le perforaba el cerebro y un frío desconocido le helaba los huesos.
viernes, 16 de septiembre de 2011
Siempre hay una primera vez
Un hombre mayor, delgado y de baja estatura, se acercó lentamente, entró en la sala y pidió a un empleado que abriera la tapa de ataúd.
Varias personas se acercaron hasta él, pensando que podría tratarse de algún familiar del difunto. Él movió la cabeza de un lado a otro, se encogió de hombros y se dio media vuelta. Todavía dentro de la sala dijo con voz lo bastante alta como para que pudieran oírle los que estaba a su lado:
- Nunca le había visto tan afectuoso.
martes, 13 de septiembre de 2011
Conjuro
- Me duele – decía entre sollozos.
Su madre lo sentó en su regazo, le sopló en las rodillas y le dijo:
- Sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana.
Después, con un pañuelo le secó las lágrimas y le limpio la cara.
- ¿Verdad que ya no te duele? - le preguntó.
El niño la miró a los ojos sonriendo y negó con la cabeza.
- ¿Puedo ir a jugar?
***
Todavía no había ido a su casa, donde le esperaban su mujer y su hijo de pocos meses. No había encontrado fuerzas para darle la noticia: de nuevo estaba sin empleo; otra vez las apreturas, el buscarse la vida para llevar algo dinero a casa.
Pasó antes por la casa de su madre. Ésta, nada más verlo, comprendió que algo grave ocurría. Le hizo sentarse a la mesa y le preparó un café mientras él se lo contaba.
Después se sentó a su lado y, mientras le acariciaba lentamente la cabeza y se tragaba las lágrimas que se empeñaban en asomar a sus ojos, se repetía en silencio: “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”.
jueves, 8 de septiembre de 2011
En algún lugar
No conocía a los que acababan de entrar en la habitación y sentía el vago temor de que fueran a hacerle daño.
Notó un pinchazo en el brazo y al poco tiempo, al menos eso le pareció, la luz llenó la estancia.
- Parece que ha vuelto – oyó que alguien susurraba.
Abrió los ojos con cuidado, para evitar que la luz le cegara, pero la obscuridad era total. No había nadie más en el pequeño cuarto.
En la parte inferior de la puerta se abrió una trampilla y alguien introdujo por ella una bandeja con un plato y una vaso.
Se despertó, la luz de una descarnada bombilla iluminaba la celda. La bandeja con la comida estaba junto a la puerta.
lunes, 5 de septiembre de 2011
Relaciones personales
Creía en la importancia de la comunicación, de las relaciones personales y, por eso, tenía perfil en varias redes sociales, en las que participaba asiduamente.
Pero no le gustaba que le llevaran la contraria, por eso tenía limitadas las opciones, de modo que nadie pudiera rebatirle.
Hoy era un día especial para él, ya tenía dos mil amigos en Facebook.
sábado, 3 de septiembre de 2011
Equivocado
Entró en una cafetería para tratar de poner en orden sus ideas y le dijeron que no servían cafés y cuando quiso protestar le echaron a la calle por buscar bronca.
Desconfiando de que el autobús le llevara en la dirección correcta fue caminando hasta su casa. Cuando llegó, comprobó que la llave del portal no abría.
Llamó al timbre y cuando por el telefonillo una voz desconocida preguntó quien era, respondió ”yo”.
“Yo ya no vive aquí”, le contestaron.
Larga experiencia
jueves, 1 de septiembre de 2011
Uno de ellos
Se situó unos pasos por detrás de la pancarta de cabecera y coreaba las consignas y los cánticos con un punto de emoción que temía pudieran notar los que caminaban junto a él y que le tomaran por un blando. Aunque a él las personas blandas y sensibles eran las que le parecían más auténticas.
Cuando comenzaron a romper escaparates y a apalear a los que estaban dentro de las tiendas tuvo que acallar una voz interior que le decía que aquello no estaba bien. Pero no le costó mucho trabajo hacerlo: otra voz que no reconocía como propia le dijo que no se podían hacer tortillas sin romper huevos.
Cuando todo hubo terminado y la desolación era lo que único que quedaba en las calles por las que habían pasado, se dirigió a su casa todavía con la euforia y la rabia a flor de piel.
En una esquina le detuvieron tres personas. Una cuarta, escondida en las sombras de un portal entreabierto, dijo solamente: “ es uno de ellos”.
lunes, 29 de agosto de 2011
Confinados
Por un momento, casi llegó al olvidar que no eran libres.
domingo, 14 de agosto de 2011
Depende del corazón
sábado, 30 de julio de 2011
Intrusa
Entró por la puerta y fue recorriendo cada una de las estancias, entreteniéndose en examinar con detalle cada una de ellas, como queriendo familiarizarse con su nueva casa. En la mesa de la cocina quedaban los restos de un desayuno abundante y tranquilo de un día de fiesta. Al lado había un baño. En él, todo estaba ordenado y limpio: era temprano y los habitantes de la casa quizás todavía no habían comenzado a prepararse.
Salió del baño y encontró la escalera que conducía al piso superior; por ella llegó a los dormitorios de la casa. El primero parecía el de los dueños y estaba ya perfectamente arreglado. El de al lado estaba revuelto y desordenado y, en él, un niño de unos cinco años jugaba en el suelo. No entró, pero se dijo que debería volver más tarde.
Al final del pasillo encontró una habitación más y otra puerta cerrada tras la que supuso que habría otro baño.
Desanduvo el camino y descendió a la planta baja. Giró a la izquierda y se encontró con una puerta entreabierta por la que pudo ver una pequeña estancia con las paredes cubiertas de libros. Se coló dentro y vio a un hombre de mediana edad, sentado en un sillón de orejas y reconcentrado en la lectura. Se acercó para ver qué estaba leyendo en el momento fatal en el que el hombre cerró el libro de golpe aplastándola entre sus hojas.
martes, 19 de julio de 2011
Autoestima
Sólo había sido una pequeña infidelidad, una aventura, nada serio.
¿Quién no tiene una aventura? - se preguntaba -. Bueno, además de mí.
Pues eso, todo el mundo.
Llamó al timbre.
-Ábreme, por favor, le dijo al portero automático.
-¿Estás más tranquilo? - sonó una voz dura y exigente.
-Sí, sí, ya estoy bien.
Oyó el ruido que hacía el mecanismo al abrir la puerta a distancia y sintió un inmenso alivio. Camino del ascensor se reprendía: tengo que aprender a controlarme porque, si no, cualquier día se cansa y no me deja volver con ella.
miércoles, 13 de julio de 2011
Violencia
Pero fue un alivio pasajero. El policía le abrió más las piernas con dos patadas demasiado fuertes, al tiempo que le golpeaba en los riñones con la porra.
El aire volvía a escapar de sus pulmones y sentía que se ahogaba.
- ¿Por qué corrías? - repitió el policía a la vez que le daba un nuevo golpe.
- Es.. esta... ba... Sól...
- ¡Vamos! ¡Habla de una puta vez! ¿Por qué coño corrías?
- Sólo... hacía... deporte – consiguió articular al fin.
Un nuevo golpe en su espalda le nubló la vista y le hizo perder el equilibrio. Ya en el suelo, notó las patadas y los golpes por todo el cuerpo.
- Creo que te lo has cargado – dijo uno de los guardias.
- Mejor, un hijoputa menos – respondió el otro lleno de odio.
Cuando recogieron el cadáver y en la calle desierta sólo quedaba alguna mirada furtiva tras los visillos, los dos policías regresaron al cuartel, justo para el cambio de turno.
Hechos los trámites imprescindibles, se cambiaron y salieron a la calle.
- ¿Te vienes a tomar algo?
- No. Hoy tengo que quedarme con los niños. En la fábrica de mi mujer siguen en huelga.
sábado, 9 de julio de 2011
Por una mirada
Ahora, después de algunos años, me arrastro por la vida sin un resto de orgullo, atrapado entre el odio que le tengo y la fatalidad de saber que volveré a hacer lo que me pida con tal de que me deje asomarme de nuevo a sus ojos.
domingo, 3 de julio de 2011
Amor correspondido
Miró por la ventana medio oculta tras los visillos, para que él no la viera. Era la primera cita. No había sido fácil convencerlo para que aceptara, pero, finalmente también a él le pareció una buena idea.
Cuando lo perdió de vista al doblar la esquina, se apartó de la ventana. Siempre tendría el temor de que él terminara por dejarla, pero, entre tanto, estaba dispuesta a todo por retenerlo a su lado.
*
Cuando dio la vuelta a la esquina y estuvo seguro de que ya no podía verlo, dejó que su espalda cediera un poco bajo el peso de sus hombros y su barbilla perdió el gesto arrogante para ir a hundirse contra su pecho.
Desde que había tenido el accidente que la había dejado tetrapléjica, ella se empeñó en que tuviera una amante que la supliera, que le acompañara a pasear, al cine, a la playa y, sobre todo, que la sustituyera en la cama. Él trató de convencerla de que no necesitaba a nadie más, de que seguía siendo feliz a su lado. Pero todo fue inútil.
Por fin, terminó por hacerle ver que aceptaba su propuesta y por eso, dos o tres veces por semana salía de casa al caer la tarde y se pasaba varias horas paseando, en el cine o sentado en un banco del parque esperando el momento de volver junto a ella.
lunes, 27 de junio de 2011
Éxito
Hoy por fin lo había logrado. Había alcanzado el éxito definitivo, aquello que tantos ansiaban pero que sólo unos pocos privilegiados como él podían conseguir.
Pero estaba solo.
viernes, 24 de junio de 2011
Músico callejero
Apostado en la esquina de la calle, con una pequeña caja de cartón a sus pies con algunas monedas como señuelo, tocaba el violín de forma mecánica, sin pasión, apenas con la técnica aprendida en sus primeros años de estudio y perfeccionada después con sacrificio y esfuerzo.
Estaba en una esquina apartada de las más comerciales porque le daba vergüenza tocar en la calle, ante gente que pasaba a su lado sin mirarlo, o ante otros que se detenían un momento y seguían su camino quizás por prisa, quizás porque su música los dejaba indiferentes, o ante los niños que se burlaban de él.
Ella se acercó y depositó en la caja, tímidamente, un billete de diez euros. El violín desafinó llevado por el movimiento nervioso de la mano del músico. Desde el billete levantó la vista hasta tropezarse con sus ojos. Eran verdes, tranquilos y desprendían una luz para él nunca vista.
- Los diez euros son para que toques como tú sabes hacerlo – le dijo sin dejar de sonreir.
Pasó casi un minuto antes de que fuera capaz de preguntarle:
- ¿Qué quieres que toque?
- El Canon, de Pachelbel
Cerró los ojos, ajustó el violín sobre su hombro y comenzó a tocar como hacía años que no lo hacía. Tocaba para ella, pero, sobre todo, tocaba para sí mismo, recuperado de pronto el amor por la música que creía perdido hacía ya muchos años.
Terminó de tocar, abrió los ojos, no había nadie delante de él, tan sólo la caja de cartón a sus pies.
lunes, 20 de junio de 2011
Misterio
La lluvia golpeando los cristales.
El grifo goteando en el baño.
El viento colándose por una ventana mal ajustada.
La contraventana golpeando la fachada.
Poco a poco los fui clasificando hasta llegar al llanto del niño.
Fue el que más tardé en identificar. Mi mente no acertaba a dar con una respuesta que no estaba entre las posibles.
A la mañana siguiente le pregunté a la enfermera si alguien había traído un niño la pasada noche. Me miró como suele mirarme siempre que digo alguna estupidez o le repito la pregunta que me acaba de contestar.
No me quieren decir nada, pero a media mañana me fui a la parte de atrás de la residencia y andube hurgando en los contenedores de basura. Y encontré una prueba: un pañal de bebé.
Uno de los celadores me descubrió. Me había puesto perdido de tanto rebuscar entre los desperdicios, así que me dieron un baño, aumentaron la dosis de las pastillas y me castigaron una semana sin postre.
Pero no me importa. Ahora sé que tengo razón. Seguiré investigando hasta que averigüe por qué tienen a un niño en una residencia de ancianos.
lunes, 13 de junio de 2011
viernes, 10 de junio de 2011
Adiós
El tren comenzó a curvarse obligado por los railes y la estación desapareció de su vista. El tren fue engullido por la oscuridad.
jueves, 2 de junio de 2011
Sólo un acento
viernes, 27 de mayo de 2011
Sensaciones
Estrecheces
miércoles, 25 de mayo de 2011
Perdedor
jueves, 19 de mayo de 2011
Cuento adulto
Sus vecinos le tomaban por loco y no le hacían caso, pero él les decía: "un día las ovejas perseguirán a los lobos y no me creeréis".
Por fin un día regresó al pueblo a media mañana y encontró a los vecinos reunidos en la plaza.
¿Dónde están tus ovejas, Pedro? - le preguntaron sus vecinos.
Él se encogió de hombros y les dijo:
- Ya lo sabéis, se han ido persiguiendo a los lobos. Y vosotros, ¿qué hacéis reunidos en la plaza? - les preguntó.
- Pedimos la dimisión del alcalde.
- Os lo dije - les respondió, al tiempo que, con las manos en los bolsillos, daba media vuelta y se iba calle abajo.
viernes, 13 de mayo de 2011
Colores
lunes, 2 de mayo de 2011
Juan
Laura llegó a la cafetería y se sentó en una mesa al lado de la cristalera. Fuera había empezado a llover y el cielo plomizo se juntaba con el mar a pocos metros de la playa.
Los días grises y lluviosos le gustaban porque la sumían en una dulce melancolía, pero ese día el sentimiento se había intensificado hasta hacerla sentir muy triste, sin motivo.
Allí se veía con Juan cuando eran dos jóvenes, demasiado jóvenes. Allí le había dicho que ya no lo quería y que volvía con Andrés y allí regresaba cada martes desde hacía veinte años.
Todo había empezado como una broma que se había gastado a sí misma un día que recordó lo que le dijo Juan aquella tarde: “ Todos los martes, a esta misma hora, te esperaré aquí mismo, por si decides volver”. Era asombroso cómo había recordado aquella frase, y todas las que se dijeron aquel día, con toda claridad.
Por supuesto que Juan no estaba. Laura sabía que se había ido a trabajar fuera de Gijón un par de años después y no había regresado más que en unas pocas ocasiones por algún compromiso familiar. Regresos esporádicos y fugaces para cumplir con los trámites imprescindibles en el menor tiempo posible. La última vez que lo había visto fue en el tanatorio cuando le dio el pésame por la muerte de su madre.
Pero se encontró a gusto allí y regresó todas las tardes de cada martes hasta que se convirtió en una rutina que le costaba evitar.
Su días transcurrían llenos de pequeñas rutinas que se repetían cada día, cada semana, cada mes o cada año. A su edad no había lugar a muchas aventuras y repetir las mismas pautas le daban la seguridad y el aplomo que los años comenzaban a robarle.
El camarero se acercó:
- ¿Lo de siempre? - preguntó.
Laura vio al hombre que se había sentado en el mesa delante de ella volver la cabeza. Entonces reconoció a Juan, pero éste no pareció haberla visto.
El recuerdo de aquella tarde regresó de nuevo, con toda nitidez.
Laura salió a la calle y cruzó al otro lado del paseo. Las olas rompían con fuerza y el agua del mar pulverizado se mezclaba con el de la lluvia y mojaba la cara de Laura disimulando sus lágrimas. Pensaba que se sentiría mejor después de decírselo a Juan, pero, por el contrario, se sentía terriblemente triste.
Caminaba con el paraguas cerrado sin hacer caso de la lluvia que le había empapado la ropa y no recordó que había quedado con Andrés hasta que, ya en su casa, se metió bajo la ducha para entrar en calor.
En la cafetería, Laura y Juan se miraban a los ojos en silencio buscando a la persona que habían conocido hacía más de cuarenta años esperando encontrar en ella el rastro de sí mismos.
Cuando el silencio se les hizo incómodo se fueron poniendo al día de sus propias vidas y con retazos, anécdotas y pasajes más detallados, fueron recomponiendo cada uno la vida del otro, hasta que el camarero se acercó a decirles que tenían que cerrar. En ese momento se dieron cuenta de que la cafetería estaba vacía y de que las sillas habían sido colocadas encima de las mesas para poder limpiar el suelo con más comodidad. Juan miró su reloj y comprobó asombrado que llevaban allí sentados más de cinco horas.
- ¿Donde vas a dormir? - le preguntó Laura.
- He reservado un hotel; espero que me hayan guardado la habitación.
- ¿No vas a tu casa?
- No sé cómo estará. Ni siquiera sé si está alquilada. Mañana empezaré a ponerme al día.
- ¿Quieres que te acompañe?
- Sería yo quien debería acompañarte a tu casa.
Se despidieron después de intercambiarse sus números de teléfono y de quedar en llamarse al día siguiente. Laura le había prometido acompañarle a redescubrir su ciudad y a llamar a algunos amigos de entonces, pero Juan le hizo prometer que no lo haría hasta que él se lo dijese. No se encontraba preparado para interpretar el papel del emigrante retornado. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que fuera a quedarse más que unos pocos días.
Laura fue caminando lentamente hasta su casa recordando partes de la conversación y sintiéndose algo estúpida al sentirse embargada por la ilusión de volver a ver a Juan al cabo de unas pocas horas.
viernes, 22 de abril de 2011
Laura
Hacía sólo unas horas que había vuelto a Gijón después de muchos años. Nada más descender del tren notó la humedad del aire y olió, o creyó oler, el mar cercano. Por alguna razón, quizá el efecto evocador del olfato, los recuerdos le asaltaron, sin que esta vez fuera capaz de mantenerlos a raya.
Laura llegó después de él, pero esta vez no se sentó a su lado. A Juan le hizo gracia y pensó que estaría enfadada con él por algún motivo que, como otras veces, él ignoraba por completo.
- ¿No te sientas a mi lado? - preguntó con una sonrisa.
- Estoy mejor aquí – le contestó seria, sin mirarle.
- ¿Lo de siempre? - preguntó el camarero.
- No – dijo Laura – yo tomaré una caña.
- Muchos cambios de repente – bromeó Juan.
- No lo sabes tú bien – el tono de Laura era duro y sus ojos, esta vez si le miró, tenían el color gris de los momentos tormentosos que Juan reconoció de inmediato.
El silencio se prolongó el tiempo que el camarero tardó en servirles. Juan la miraba con curiosidad, mientras Laura permanecía obstinada con su mirada fija en el mármol de la mesa.
- Te dejo – le dijo Laura sin mirarlo, en cuanto el camarero les dio la espalda.
- No entiendo.
- Es sencillo: esto se acabó.
- Vuelves con él – Afirmó Juan, que parecía haber encontrado la clave.
- Sí.
- No va a durar, lo sabes.
- No me importa.
- Te dejará otra vez.
- Tú que sabes.
- Ya lo ha hecho antes.
- No quiero hacerte daño, Juan.
- ¿No quieres hacerme daño? - Juan trataba de no levantar la voz.
- Es igual – dijo Laura al tiempo que se levantaba.
- Espera – le dijo, mientras la retenía suavemente de la mano - Todos los martes, a esta misma hora, te esperaré aquí mismo, por si decides volver.
Laura no volvió. Juan dejó de esperarla después de algunos martes. Su trabajo le llevó lejos de Gijón. Se casó, tuvo tres hijos. Enviudó. Sus hijos vivían en tres países distintos y, después de muchos años, se encontró solo.
Hacía dos semanas que le habían jubilado. Estuvo varios días noqueado, arreglando papeles como si viviera la vida de otra persona. Cuando terminó todos los trámites se encontró en su casa sin saber qué hacer. De pronto, vio el anuncio en televisión: “Asturias. Lo dice todo el mundo”. Asturias. Gijón. ¿Cuánto tiempo hacía que no había vuelto? La última vez había ido al entierro de su madre. Un viaje rápido. El tanatorio. Una noche en la casa de sus padres. El entierro. Las instrucciones a un familiar para que pusiera la casa en alquiler. Y de regreso a su mundo.
El caso es que no pudo recordar con exactitud cuántos años habían pasado: cinco, siete; algo así. Podría consultar su agenda, allí estarían los apuntes de entonces. Pero qué más daba.
Se conectó a internet, buscó los billetes para viajar a Gijón y bloqueó sus recuerdos para que no le molestaran durante el viaje. Pero ahora estaba en la estación paralizado por el recuerdo de la última tarde con Laura.
- ¿Necesita un taxi, señor? - la voz del taxista le sacó a medias de su ensoñación.
- Sí... Sí, desde luego.
El taxista colocó el equipaje en el maletero y ya en el coche preguntó:
- Usted dirá – dijo, mientras miraba al pasajero por el espejo retrovisor.
- ¿Sigue existiendo el México Lindo?
- ¿La cafetería de El Muro? Por supuesto, allí sigue, como siempre.
Tras un breve silencio el taxista intentó entablar conversación.
- ¿Hace mucho tiempo que no ha estado aquí?
- Sí, mucho tiempo – dijo distraído.
La ciudad pasaba ante él, desconocida. Ni siquiera estaba seguro de no confundir los edificios que creía recordar con los de alguna de las decenas de ciudades que había visitado a lo largo de su vida. Por fin vio el mar, pero enseguida el taxi volvió a adentrarse por calles entre edificios. El taxista observó por el espejo la confusión de su cliente y se apresuró a aclarar:
- Cosas del ayuntamiento. Enseguida volvemos al paseo marítimo. Se empeñaron en salvar ese edificio que se cae a trozos y por eso tenemos que dar este rodeo.
El mar volvía a estar al frente y en cuanto el taxi giró a la derecha, vio el edificio de la cafetería, remozado, pero tal como lo recordaba.
No podía saber si el interior del local había cambiado; suponía que sí porque el mobiliario y las paredes difícilmente habría aguantado tantos años. Se sentó en una mesa a lado de la cristalera justo en el momento que comenzó a descargar la tormenta.
De pronto su corazón dio un vuelco al escuchar a su espalda.
- ¿Lo de siempre?
Miró hacia atrás y vio al camarero atendiendo otra mesa. Sonrió burlándose de su propia estupidez, pero no pudo impedir que los recuerdos lo asaltaran de nuevo.
Laura se había ido a vivir con Andrés pocos meses después y aunque él quiso aparentar que no les guardaba rencor, no pudo seguir comportándose como si nada hubiera pasado y, poco a poco, se fue alejando; hasta que cambió de amigos, primero, y de ciudad, después.
La tormenta parecía haber pasado o quizás sólo daba una tregua.
- No has venido todos los martes – oyó a su espalda.
Se giró y tardó apenas una décima de segundo en reconocerla. Quiso decir algo, pero su boca quedó entreabierta sin emitir sonido alguno.
- Yo sí he venido todos los martes de los últimos veinte años – volvió a hablar ella.
Juan se levantó, pero continúo enmudecido y terminó por señalarle la mesa invitándola a sentarse. Se sentaron.
- ¿Tampoco esta vez te sientas a mi lado? - y sonrió para que no sonara a reproche.
Laura no dijo nada.
Fuera había oscurecido. La lluvia arreciaba de nuevo y el agua resbalaba por la imagen de sus rostros reflejada en el cristal.
miércoles, 13 de abril de 2011
Destino
miércoles, 6 de abril de 2011
Valor
Pero esta vez algo sí cambiaría, no se quedaría de nuevo con el sabor amargo de haberse dejado vencer sin tan siquiera luchar.
Camino a casa, cambió de idea muchas veces, tantas como se volvió a reafirmar en su idea inicial. Dio algunos rodeos deliberados para retrasar el momento y, en última instancia, entró en el supermercado y compró el güisqui más caro de la tienda. No lo quería para darse valor, sino para la celebración posterior.
Llegó a su casa, le dio un beso a su mujer y le dijo:
- Ha llegado el gran día.
Ella siguió enfrascada en su trabajo sin hacerle demasiado caso. ¿Cuántas veces le había dicho lo mismo? ¿Cuántas, ella, creyó haberle convencido para verlo arrepentirse de nuevo?
Mientras encendía el ordenador se sirvió un generoso vaso de güisqui con cuatro piedras de hielo. Se sentó ante la pantalla y abrió el documento; miró al pie de la página del tratamiento de textos: 348 páginas. Deslizó la barra lateral hasta que llegó a la última página y escribió “FIN”.
viernes, 1 de abril de 2011
Costumbre
Cuando su sangre volvió a regar su cerebro y fue capaz de articular algún sonido inteligible hacía horas que ella le había abandonado.
Pensó que no soportaría el dolor de estar sin ella, que no podría seguir viviendo con aquella angustia, que la vida se le haría insoportable...
Pero fue mucho peor: se acostumbró.
domingo, 27 de marzo de 2011
La llamada
Al principio ella se enfadaba y colgaba el teléfono sin apenas darle tiempo a terminar. Eran los años de juventud en los que la llamada, muchas veces, la despertaba después de una noche de diversión y, en ocasiones, de algún exceso. Después vinieron años más tranquilos y la irritación cuando recibía la llamada se debía a que solía estar demasiado atareada.
Nunca le dijo nada a su marido. La amistad de ellos dos se mantenía firme y no quería echarla a perder.
Cuando los hijos se hicieron mayores y su vida se hizo más pausada, se sorprendió a sí misma esperando la llamada. ¡Bah! Tonterías, se decía; pero no podía engañarse y sabía que necesitaba esa llamada.
Hoy se levantó más temprano que de costumbre, se arregló con más esmero y antes de las once de la mañana se sentó al lado del teléfono con un libro en las manos pero incapaz de leer más de dos líneas seguidas. Llevaba varios días dando vueltas en su cabeza a una absurda idea: qué pasaría si le dijera “ven”.
A las once y cinco comenzó a sentir una mezcla de angustia y decepción. Comprobó en todos los relojes de la casa que ya eran más de las once y aún quiso asegurarse encendiendo la radio y comprobando que ya estaban terminando las noticias.
Se sentó de nuevo con un mal presentimiento que le hacía sentir un nudo en el estómago.
A las doce menos cuarto no pudo esperar más, descolgó el teléfono y marcó su número.
- ¿Diga? - sintió un gran alivio al oír su voz.
- Esperaba tu llamada – se oyó decir, como si fuera otra persona la que hablaba.
- Ya es demasiado tarde – dijo él, hablando tan bajo que a ella le costó trabajo entenderlo.
Antes de que pudiera responder, oyó un débil clic y la señal que indicaba que la comunicación se había interrumpido.
lunes, 21 de marzo de 2011
Guerra
- Estos son de los nuestros - gritó alborozada, un instante antes de que la metralla destrozara su cuerpo.
lunes, 14 de marzo de 2011
Escena
De pronto una voz metálica y algo rota gritó “corten”.
viernes, 11 de marzo de 2011
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miércoles, 9 de marzo de 2011
Inspiración
Tenía la necesidad de escribir. Tras varios días de sequía narrativa por fin aquella sensación tan familiar cuando la inspiración se hacía presente había regresado.
La pantalla en blanco le hizo dudar unos segundos. Por fin, escribió de un tirón: "nada"
miércoles, 2 de marzo de 2011
Preguntas sin respuesta
miércoles, 23 de febrero de 2011
Calidad de servicio
Las ventanas de los edificios, a obscuras, no mostraban ningún signo de vida.
De pronto llegó un coche. Se detuvo en doble fila delante de uno de los portales. Sí, ahora, lo veía bien, era un coche fúnebre.
Dos hombres descendieron con pereza de la parte delantera, llamaron a un timbre y a continuación se acercaron a la parte trasera del coche y sacaron un ataúd.
Una de las ventanas del edificio se iluminó, se descorrieron las cortinas y el perfil de una persona, quizás una mujer, se recortó ante los cristales.
La mujer, ahora estaba seguro, abrió la ventana de par en par y en un movimiento extraño se elevó unos cuantos centímetros y se precipitó al vacío.
Los empleados de la funeraria miraron el reloj. El huésped abrió su ventana a tiempo para oír a los dos hombres.
- Ahora a esperar por el juez – dijo uno.
- A ver cuando ponen en los juzgados un servicio a la carta como el nuestro y el juez ya está esperando por el muerto como nosotros – dijo el otro.
- Para eso tenían que privatizar la justicia... - dió una calda al cigarrilo antes de añadir - mientras sean funcionarios...
sábado, 19 de febrero de 2011
Mal gusto
El graznido de un cuervo lo sacó de su ensimismamiento, comenzó a alejarse lentamente y, como si hablara consigo mismo, se encogió de hombros. Siempre le ocurría lo mismo: le parecían mucho más guapas muertas que vivas.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Cualquier día puede ser San Martín
¿Cuántas personas serían necesarias? ¿Cuántas debería sacrificar esta vez al dios de la competitividad y del mercado?
Ya había pasado varias veces por una situación similar y siempre había salido airoso. Sabía que todos en la empresa le llamaban “Terminator”, pero él era el más veterano y muchos pardillos habían ido cayendo uno a uno.
Dos discretos golpes en su puerta le sacaron de su ensimismamiento. Levantó la cabeza y vió la cara de su secretaria; anotó mentalmente que debía acordarse de incluirla en la relación.
- Don Julián desea que suba a verlo en cuanto pueda - dijo, y por su rostro pasó una sombra de compasión.
Él no lo notó porque había cerrado los ojos y se había agarrado a la mesa con todas sus fuerzas. Sabía muy bien lo que significaba aquella frase: esta vez le había tocado a él.
domingo, 13 de febrero de 2011
El último tren
sábado, 12 de febrero de 2011
Desesperando
Hasta el momento, nadie le había dicho nada; pero eso no lo tranquilizaba en absoluto porque cada día que pasaba estaba más convencido de que sólo era cuestión de tiempo que lo avisaran de que debía subir al departamento de personal.
jueves, 3 de febrero de 2011
Angustia
La angustia se iba apoderando de él al tiempo que se iba formado en su cerebro la idea de que estaba encerrado en un cajón poco mayor que su cuerpo.
Trató de mantener la calma. Sus manos repasaron las paredes que le rodeaban y la información que llegaba a su cerebro se concretó en una palabra: ataúd. Eso es, estaba en un ataúd.
Con sus manos empujó la tapa hacia arriba, pero apenas se movió. La idea de que podía estar enterrado le produjo un ataque de angustia y comenzó a sudar.
Se calmó un poco. Empujó de nuevo la tapa hacia arriba con una sola mano, con la otra buscó la pequeña rendija que se había abierto y logró sacar los dedos. Los dobló y los deslizó a los largo de la ranura, pero no notó nada. Sintió un cierto alivio, si estuviera enterrado sus dedos habrían tocado la tierra que estaría cubriendo el ataúd.
Oyó el ruido de un motor, sintió una leve vibración y le pareció que se movía. De pronto notó un olor a madera quemada, justo antes de que el extremo del ataúd comenzara a arder. Presa del pánico se puso gritar con todas sus fuerzas, pero unos segundos después un dolor insoportable subió por sus piernas junto con un intenso y desagradable olor a carne quemada y sus gritos se ahogaron en su garganta.
Cuando las llamas alcanzaron las rodillas, su corazón se paró.
domingo, 9 de enero de 2011
Despertar
Era difícil contar el tiempo a oscuras y en silencio, pero ya estaba casi seguro de que el sonido sólo había existido en su sueño. No podía recordar lo que estaba soñando, pero, desde luego, debía de tratarse de una pesadilla, a juzgar por la desagradable sensación de catástrofe que le embargaba.
Miró el reloj de la mesita de noche al tiempo que volvió a oír la alarma del despertador.
De pronto lo comprendió todo: acababa de amanecer el primer lunes después de unas cortas vacaciones.
miércoles, 5 de enero de 2011
Miedo
Por fin llegó al portal de su edificio, tuvo suerte, la puerta estaba abierta. Subió los cinco pisos corriendo, porque el ascensor era un lugar demasiado peligroso. Abrió la puerta de su casa torpemente, demasiado fatigado para que sus manos obedecieran a su cerebro. Cerró la puerta tras de sí con las llaves y los tres cerrojos que había añadido para tener más seguridad.
Revisó una a una las habitaciones, el baño, la cocina, hasta asegurarse de que no habían entrado en la casa antes que él.
Estaba muy cansado. Buscó en el frigorífico algo para comer y se sentó en el sillón que estaba delante del televisor. Antes de encenderlo, se levantó, bajó la persiana por completo tratando de no hacer ruido y corrió la cortina para que no se vieran las rendijas de luz desde la calle.
Se sentó de nuevo, encendió el televisor y enseguida lo venció el sueño.
Cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde, los monstruos ya estaban allí.
Obituario
Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...
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Echó a correr incapaz de contener el miedo que sentía. Miraba a un lado y a otro y hacia atrás, presa del pánico. Estaba seguro de que le se...
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La alcantarilla Un día abrió sus manos y de ellas solo salían penas, todo le salía al revés, perdió el trabajo que tanto amaba, perdió su ca...
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Desde hacía cuarenta años, él la llamaba cada 25 de agosto a las once en punto de la mañana para felicitarle su cumpleaños y añadir, invaria...