Salió dando un portazo y jurándose que nunca volvería. Cuando se cerraron las puertas del ascensor ya había comenzado a arrepentirse. Saliendo del portal se iba diciendo que, en realidad, no era para tanto. Y apenas había caminado cien metros cuando ya estaba pensando cómo volver y pedirle perdón.
Sólo había sido una pequeña infidelidad, una aventura, nada serio.
¿Quién no tiene una aventura? - se preguntaba -. Bueno, además de mí.
Pues eso, todo el mundo.
Llamó al timbre.
-Ábreme, por favor, le dijo al portero automático.
-¿Estás más tranquilo? - sonó una voz dura y exigente.
-Sí, sí, ya estoy bien.
Oyó el ruido que hacía el mecanismo al abrir la puerta a distancia y sintió un inmenso alivio. Camino del ascensor se reprendía: tengo que aprender a controlarme porque, si no, cualquier día se cansa y no me deja volver con ella.
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interesante articulo.
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