sábado, 30 de julio de 2011
Intrusa
Entró por la puerta y fue recorriendo cada una de las estancias, entreteniéndose en examinar con detalle cada una de ellas, como queriendo familiarizarse con su nueva casa. En la mesa de la cocina quedaban los restos de un desayuno abundante y tranquilo de un día de fiesta. Al lado había un baño. En él, todo estaba ordenado y limpio: era temprano y los habitantes de la casa quizás todavía no habían comenzado a prepararse.
Salió del baño y encontró la escalera que conducía al piso superior; por ella llegó a los dormitorios de la casa. El primero parecía el de los dueños y estaba ya perfectamente arreglado. El de al lado estaba revuelto y desordenado y, en él, un niño de unos cinco años jugaba en el suelo. No entró, pero se dijo que debería volver más tarde.
Al final del pasillo encontró una habitación más y otra puerta cerrada tras la que supuso que habría otro baño.
Desanduvo el camino y descendió a la planta baja. Giró a la izquierda y se encontró con una puerta entreabierta por la que pudo ver una pequeña estancia con las paredes cubiertas de libros. Se coló dentro y vio a un hombre de mediana edad, sentado en un sillón de orejas y reconcentrado en la lectura. Se acercó para ver qué estaba leyendo en el momento fatal en el que el hombre cerró el libro de golpe aplastándola entre sus hojas.
martes, 19 de julio de 2011
Autoestima
Sólo había sido una pequeña infidelidad, una aventura, nada serio.
¿Quién no tiene una aventura? - se preguntaba -. Bueno, además de mí.
Pues eso, todo el mundo.
Llamó al timbre.
-Ábreme, por favor, le dijo al portero automático.
-¿Estás más tranquilo? - sonó una voz dura y exigente.
-Sí, sí, ya estoy bien.
Oyó el ruido que hacía el mecanismo al abrir la puerta a distancia y sintió un inmenso alivio. Camino del ascensor se reprendía: tengo que aprender a controlarme porque, si no, cualquier día se cansa y no me deja volver con ella.
miércoles, 13 de julio de 2011
Violencia
Pero fue un alivio pasajero. El policía le abrió más las piernas con dos patadas demasiado fuertes, al tiempo que le golpeaba en los riñones con la porra.
El aire volvía a escapar de sus pulmones y sentía que se ahogaba.
- ¿Por qué corrías? - repitió el policía a la vez que le daba un nuevo golpe.
- Es.. esta... ba... Sól...
- ¡Vamos! ¡Habla de una puta vez! ¿Por qué coño corrías?
- Sólo... hacía... deporte – consiguió articular al fin.
Un nuevo golpe en su espalda le nubló la vista y le hizo perder el equilibrio. Ya en el suelo, notó las patadas y los golpes por todo el cuerpo.
- Creo que te lo has cargado – dijo uno de los guardias.
- Mejor, un hijoputa menos – respondió el otro lleno de odio.
Cuando recogieron el cadáver y en la calle desierta sólo quedaba alguna mirada furtiva tras los visillos, los dos policías regresaron al cuartel, justo para el cambio de turno.
Hechos los trámites imprescindibles, se cambiaron y salieron a la calle.
- ¿Te vienes a tomar algo?
- No. Hoy tengo que quedarme con los niños. En la fábrica de mi mujer siguen en huelga.
sábado, 9 de julio de 2011
Por una mirada
Ahora, después de algunos años, me arrastro por la vida sin un resto de orgullo, atrapado entre el odio que le tengo y la fatalidad de saber que volveré a hacer lo que me pida con tal de que me deje asomarme de nuevo a sus ojos.
domingo, 3 de julio de 2011
Amor correspondido
Miró por la ventana medio oculta tras los visillos, para que él no la viera. Era la primera cita. No había sido fácil convencerlo para que aceptara, pero, finalmente también a él le pareció una buena idea.
Cuando lo perdió de vista al doblar la esquina, se apartó de la ventana. Siempre tendría el temor de que él terminara por dejarla, pero, entre tanto, estaba dispuesta a todo por retenerlo a su lado.
*
Cuando dio la vuelta a la esquina y estuvo seguro de que ya no podía verlo, dejó que su espalda cediera un poco bajo el peso de sus hombros y su barbilla perdió el gesto arrogante para ir a hundirse contra su pecho.
Desde que había tenido el accidente que la había dejado tetrapléjica, ella se empeñó en que tuviera una amante que la supliera, que le acompañara a pasear, al cine, a la playa y, sobre todo, que la sustituyera en la cama. Él trató de convencerla de que no necesitaba a nadie más, de que seguía siendo feliz a su lado. Pero todo fue inútil.
Por fin, terminó por hacerle ver que aceptaba su propuesta y por eso, dos o tres veces por semana salía de casa al caer la tarde y se pasaba varias horas paseando, en el cine o sentado en un banco del parque esperando el momento de volver junto a ella.
Obituario
Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...
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