
Se levantó con gran esfuerzo. Caminó hasta la cocina conteniendo apenas las arcadas de su estómago, abrió el frigorífico, sacó un bote de cerveza y bebió con avidez. El dolor de cabeza persistía, pero las arcadas casi desaparecieron.
Bajó la cremallera del pantalón y fue hurgando en su entrepierna mientras se dirigía al baño. Su vejiga ganó la batalla y la orina se derramó por el suelo del baño hasta que pudo llegar al inodoro y dirigir el chorro a su interior. Se apoyó en la pared con la palma de la mano que tenía libre y cerró los ojos mientras sentía el alivio de su esfínter y los pies húmedos sobre el suelo.
Se desnudó, descorrió la cortina de la bañera. Ella seguía allí con la cara machacada, tal como había soñado.
La pesadilla se había hecho realidad.
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