sábado, 26 de mayo de 2018

La casa

El polvo flotaba en los rayos de luz que se filtraban por las contraventanas cerradas. Los suelos, los muebles, todo parecía gris y sucio en aquella oscuridad tamizada por la escasa luz que se colaba por las ventanas. Cuando, durante estos años, imaginaba la casa, la veía limpia y luminosa, como había quedado grabada en su recuerdo; nunca se había planteado que durante quince años se habría ido acumulando el polvo y la suciedad se habría agarrado a los muebles, a los suelos y a las paredes hasta tomar en ellos carta de naturaleza. No lo había pensado y ahora se reía de sí mismo ante la sorpresa que le había causado aquel estado de abandono con el que no había contado.
Fue recorriendo las estancias de la planta baja, notando la presencia de los fantasmas que poblaban la casa. Notaba su presencia huidiza, las voces que se habían quedado prisioneras en aquellas habitaciones. «¿Qué vamos a hacer con ese chico?». Era la voz de su madre aquel día que había sorprendido la conversación con su padre en el salón. Podía ver su propia sombra detenida en el pasillo, unos pocos pasos antes de la puerta, atento a la respuesta de su padre. Pero antes de que pudiera oírla, su sombra se alejó sigilosa porque la sombra de su hermana acababa de entrar por la puerta de atrás corriendo alocada, como siempre, y él no quería que lo sorprendieran espiando.
También eso le sorprendió, aunque menos, porque aunque no contaba con que los fantasmas familiares siguieran en la casa, de alguna manera, inconscientemente quizás, no había descartado que siguieran todos allí. En la casa habían vivido sus padres desde que se casaron, había sido el regalo de boda de los abuelos, y habían sido felices viendo crecer a sus hijos. Así que no era demasiado sorprendente que sus fantasmas hubieran decidido seguir allí. Si es que los fantasmas pueden tomar esas decisiones.
Había recorrido la planta baja varias veces. Había accionado el interruptor de la luz y lo había apagado de inmediato al notar cómo las sombras huían apresuradas con una especie de rumor apenas perceptible, como si varias escobas barrieran el suelo a la vez.
Había pasado varias veces ante la escalera que subía a la primera planta, pero se había obligado a mirar hacia otro lado. Hacia la habitación del fondo donde estaba el despacho de su padre. Y allí se encaminó para comprobar que todo seguía en su sitio, como entonces, cubierto de aquella pegajosa capa de polvo gris, pero igual que si su padre fuera a entrar allí después de la comida para despachar los asuntos más urgentes de sus negocios. Podía oler el humo del cigarro que encendía invariablemente tras la comida, cuando se encerraba en el despacho, con un café y una copa de brandi. En su casa nunca decían coñac.
Pero ahora estaba plantado al pie de la escalera mirando hacia arriba. «Tienes que subir», le decían las sombras desde las habitaciones que ocupaban la segunda planta de la casa. «Ya sabes lo que hay. No tiene objeto que te quedes ahí. ¿Vas a vivir siempre en la planta baja?, ¿cómo se lo explicarías a Luisa?».  
Luisa, claro. Luisa llegaría al cabo de tres días y tenía que encontrar una casa limpia y habitable.
Subió la escalera y se dirigió a la izquierda. Al fondo del pasillo estaba su habitación. La puerta estaba entornada y sin tocarla pudo ver su interior: la cama hecha, todo recogido y ordenado, como le gustaba hacer cada mañana antes de irse al colegio. Pudo escuchar a la sombra de su madre decirle a sus hermanos que debían imitarlo y ser igual de ordenados y limpios que él. Y también escuchó a las sombras de sus hermanos burlándose del «niño perfecto». «¿Sigues siendo perfecto después de estos quince años, Arturito?». Arturito. Sus hermanos lo llamaban así cuando querían burlarse de él, sacarlo de sus casillas, lo que solía ocurrir, y reírse cuando sus padres lo castigaban por su mal comportamiento.

Pasó a la habitación de su hermano. La puerta estaba cerrada. La entreabrió con cuidado, temiendo la reacción airada de Alejandro, como acostumbraba, en los últimos tiempos. «Lárgate de aquí, anormal». Así lo llamaba últimamente, siempre que no estaban sus padres delante y no podían reprenderlo.

*La fotografía ha sido tomada de http://www.littlecrunchy.com

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