Llegó a la calle peatonal más céntrica de la pequeña ciudad de provincias, abrió una maleta, sacó un reproductor digital y un altavoz, se sentó sobre éste último y comenzó a cantar canciones que estuvieron de moda cincuenta años atrás.
Vestía pulcramente como cualquier joven de clase media y tenía una voz hermosa y bien modulada que manejaba con destreza profesional. Fue desgranando una canción tras otra en un repertorio inagotable y encantadoramente trasnochado, mientras la mayoría de los que pasaban a su lado la ignoraban y sólo un pequeño número se detenía unos segundos y dejaba alguna moneda en el trozo de tela que tenía a sus pies. En esos casos introducía un susurro de gracias entre la letra de la canción y seguían cantando.
La calle se fue vaciando de gente, recogió su cosas y fue arrastrando la maleta calle abajo hasta la estación de autobuses. Compró un billete para el primer autobús que salía de la ciudad y se sentó en el andén a esperar su destino.
jueves, 14 de junio de 2012
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